Por Eugenia Rosario Gómez
Los seres humanos vivimos apoyados en
los rituales, de hecho, estos marcan de manera contundente toda nuestra
existencia: las fiestas patrias, los bautizos, las bodas, los cumpleaños,
los aniversarios, tanto para nosotros como para el resto de los mortales. Hay
hechos y personas que cambian la historia, que hacen realidad lo que hasta ese
momento era un sueño, personas que han hecho de sus ideales su propósito de
vida, seres que han sido capaces de dejarlo todo por aquello que consideran
verdadero.
Hace ya 41 años que un grupo de hombres
armados, sobre todo armados por dentro de libertad y patriotismo, iniciaron una
lucha que aún dura hasta hoy: la lucha por la democracia y la soberanía
dominicana. Se ha convertido en un ritual para su generación que a su vez trata
de dejarle a su descendencia estos recuerdos. Es difícil, por no decir
imposible, dejar un legado sin la correspondiente carga de rituales que lleva
consigo esta herencia de hermandad y dominicanidad.
Francisco Alberto Caamaño fue asesinado,
mutilado y enterrado junto a otros guerrilleros; con el paso de los años fue
desenterrado, manipulado, analizado, vuelto a enterrar, a desenterrar, a
manipular y a examinar, con todas las consecuencias que ello implica. Años de
lucha, de enseñanza, de consciencia ciudadana, de conservar los valores por los
cuales estamos libres hoy aquí hicieron que el gobierno dominicano a través de
una ley honrara como es debido uno de los más grandes héroes que ha parido la
República Dominicana en el siglo XX.
Cuarenta y un años después no se trata
de determinar si son o no los restos, se trata de honrar la memoria de uno de
los hombres más grandes que hemos tenido el orgullo y el honor de dejar en los
anales de nuestra historia, se trata de crear las condiciones para que el
ritual de honrarlo sobreviva a los que hoy siguen su ejemplo y su lucha, se
trata de sentar un precedente, de que las nuevas generaciones tengan un lugar
donde honrar la memoria de nuestra propia historia, de nuestra propia verdad.
Caamaño en si mismo habita en los
corazones de quienes lo conocieron, de quiénes conocieron su vida y su ejemplo.
Caamaño vive en el aire dominicano, en la tierra que nos acoge, en el mar que
nos rodea. Los restos de Francisco Alberto sobrevuelan las montañas de la Cordillera
Central, de la Septentrional y de Oriental; sus restos caen con el rocío de la
Sierra de Bahoruco, de la de Neyba, ondea a la par con todas las banderas que
se izan en el Valle de Constanza, de la Vega. Sus huesos caminan desde Dajabón
hasta cabo engaño. Se hace necesario reunir estas cenizas que gritan
desesperadamente en todos los rincones de esta media isla que debemos seguir
luchando porque cada dominicano sea verdaderamente libre, libre de herencias
culturales banales, libre de ocupaciones consumistas vacías, libre del
capitalismo absurdo que pretende dejar más pobres a la población y más ricos a
los que ya tienen dinero aunque no tengan corazón.
Debe dársele cumplimiento a la Ley para
que todos los dominicanos y dominicanas podamos legalizar, al fin, uno de los
rituales que constituirán el pilar del futuro de la República Dominicana,
porque como todos sabemos "todo aquel que desconoce su historia, esta
condenado a repetirla".
@eugeniaesther
eugeniarosariogomez@gmail.com
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