Camino hacía el puente Duarte, llegamos a la calle Enriquillo casi
esquina Barahona, donde vivía doña Dalila con su marido sargento B.Z. Ramón
Mauricio Villanueva, M.de.G. En ese sitio había cerca de 40 hombres ranas,
vestidos de negro, camuflaje y de civil, no todos armados, que por tener un
intenso entrenamiento de comandos, fueron los combatientes más intrépidos y
eficaces y la inspiración y el ejemplo de los demás luchadores civiles y
militares. Cerca de las 12:00 horas nos
están informando, a veces de manera contradictoria, que las fuerzas golpistas
de Wessin que tenían más de 20 minutos atacando por tierra, habían logrado
entrar por la avenida Teniente Amado García Guerrero, al oeste del puente
Duarte, habían tomado posiciones en la calle Doctor Betances esquina París,
ocupado la escuela Perú y están tomando posiciones en la calle Juana Saltitopa,
desde ésta llegaban a la calle París, mientras que intentaban continuar por la
avenida Teniente Amado García Guerrero que tenían como eje de la ofensiva, y
llegar a la avenida Duarte. Había una resistencia no muy numerosa en armas de
guerra de militares y civiles al avance de las tropas golpistas, que estaban
dispuestos a todo. No sabíamos quienes dirigían esa resistencia, mientras los
golpistas atacaban con infantería, con alguna artillería y sin tanques de
guerra. Oíamos un intenso tiroteo en la avenida Teniente Amado García desde donde
estamos. Los demás combatientes civiles y militares, incluyendo los hombres
ranas, no estaban enfrentando a los atacantes, por esto les es tan fácil a la
infantería del golpista y genocida Wessin penetrar rápidamente a la ciudad. La
salida de Caamaño del frente de batalla por casi una hora desorganizó la
resistencia y el contraataque con que los constitucionalistas planeábamos
enfrentar a las tropas de San Isidro, mandadas desde lejos por el golpista y
genocida Wessin. Cuando a los combatientes y a la población constitucionalista
que les ayudan, llega la información de que Caamaño ha vuelto, corren a unirse
al Coronel. Los militares y civiles combatían y habían combatido con valor y
heroísmo, pero estaban en retirada, por la abrumadora mayoría de los atacantes
en hombres, armas y equipos. Por la calle Jacinto de la Concha llegamos a la calle
París y por ésta nos dirigimos hacia la avenida Duarte, y ahí percibimos por
las distintas explosiones de disparos de diferentes calibres, las posiciones de
nuestros combatientes que estaban en la avenida Duarte y al oeste de la misma y
las fuerzas del golpista Wessin están al este de la avenida Duarte. Por la Duarte intentamos llegar a
la avenida Teniente Amado García Guerrero para unirnos al frente de combate,
pero somos sorprendidos por el fuego de las tropas golpistas desde la avenida
Amado García con avenida Duarte, por lo que tenemos que devolvernos, no a la París , sino a la calle
Francisco Henríquez y Carvajal, porque había tanta gente que no pudieron cruzar
la Duarte y
estaban en la acera oeste de la misma que Caamaño, exponiéndose, ordenó que
bajáramos hasta la esquina inmediata que es la calle Francisco Henríquez y
Carvajal, adonde llegamos desordenadamente bajo fuego. Hubo algunos heridos,
nos reagrupamos al este de la avenida Duarte, mientras Caamaño ordenó a un
pequeño grupo que disparara hacía la Teniente Amado García desde ambos lados de la
avenida Duarte. Estando ahí se nos unieron el coronel Gerardo Marte Hernández,
el mayor Fabio Chestaro; un viejo conocido a quien veo por primera vez en años,
y algunos combatientes civiles y militares armados de fusiles y algunas
escopetas, cientos de mujeres, hombres, jóvenes y hasta niños, algunos armados
de machetes, varillas, tubos, piedras y otros objetos contundentes. Caamaño
hizo una evaluación rápida y somos alrededor de 90 combatientes con armas
largas. Se está peleando y se nos informa que eran tropas de infantería que
avanzan por la avenida Teniente Amado García, cubren las calles Ana Valverde y
París, pasando la avenida Duarte. Los tanques de guerra venían pero que no
habían cruzado el puente todavía. Con la infantería golpista venían carros de
asalto, camiones artillados y vehículos de transporte. En ese momento no había
ataques de la aviación, uno o dos en el aire más bien observando. Estábamos
entre la Duarte
y la calle José Martí, más cerca de la avenida Duarte. La multitud pedía armas,
Caamaño se subió en los restos de un automóvil Volkswagen quemado y
dirigiéndose al gentío, a viva voz, por encima de las detonaciones del cercano
combate y el ruido de los aviones, les dijo: “¡Las armas las tiene el enemigo y
tenemos que quitárselas!”. La multitud que crecía cada vez más, le interrumpió
gritándole en medio de las balaceras cercanas, que ellos no podían quitárselas
porque no sabían pelear. Caamaño les contesta: “Nadie en la República Dominicana
sabe pelear. Los que nos atacan al igual que ustedes es la primera vez que
pelean. ¡Así que prepárense que vamos a quitarle las armas!”. Caamaño saltando
de los restos del vehículo me ordena que suba a la azotea del edificio de la
esquina noreste que era una tercera planta, porque había un gran número de
informaciones contradictorias y que observe el movimiento de las tropas
golpistas en la avenida Teniente Amado García Guerrero y le informe. Al llegar
a la tercera planta hay una puerta para llegar a la azotea cerrada, y no se
pasar desde el balcón a la misma. Le grito desde arriba para informarle la
dificultad, subieron rápidamente el profesor Ilio Capozzi y el raso B.Z. Antonio
Manzueta, quienes me ayudaron a subir a la azotea y luego ellos mismos subieron
con suma facilidad. Desde arriba le expliqué a gritos a Caamaño, que las tropas
del golpista Wessin ocupaban desde el puente hasta pasada la avenida Duarte
donde se estaba combatiendo. Avanzaban camiones y otros vehículos desde el
Este. No se ven ni se escuchan tanques de guerra ni otros vehículos blindados,
se escuchaban numerosas explosiones y había decenas de incendios incontrolados.
Desde arriba noto que se vienen acercando gente y algunos militares por casi
todas las calles, la mayoría de las mujeres y hombres no tenían armas de fuego.
Esto tomó menos de cinco minutos y al bajar les dimos otras informaciones.
Capozzi le afirma que el ataque es profundo, pero muy débil en sus flancos (en
los lados) y que podíamos cortarlos por lo menos en tres puntos. Con
información actualizada Caamaño reunió a los oficiales presentes: Montes,
Marte, Chestaro, Capozzi (ex capitán de la GESTAPO ) y
yo. Y decide la ofensiva a seguir inmediatamente, que consistía en: atacar con
un pequeño grupo de hombres armados de fusiles desde unas alturas al sur del
puente, cercanas a la ría del Ozama, para impedir el cruce del mismo por la
infantería del golpista y genocida Wessin a la ciudad de Santo Domingo. Montes,
con un grupo de unos veinte hombres armados de fusiles atacarían en la avenida
Teniente Amado García con calle José Martí para partir ahí la columna que
avanzaba y quitarle presión a los combatientes nuestros que combatían
retirándose y Caamaño con el resto de los hombres armados de fusiles avanzaría
hasta la avenida Josefa Brea con calle
París, donde esperábamos encontrar el mayor número de tropas del CEFA, para
cortar de nuevo la columna atacante y enfrentar a las tropas golpista que habían
ocupado edificios altos al norte de la cabeza oeste del puente, la
incineradora, edificios Aybar y otros. Se ajustaron algunas consideraciones y
rápidamente nos movemos hasta la calle José Martí desde ahí vimos el panorama
de llamas y humo al norte de la calle Francisco Henríquez y Carvajal. La calle
París no se veía por lo bajo y denso de la humareda, Mucho menos la avenida
Teniente Amado García Guerrero. Avanzamos dentro de humo hasta la calle París,
sin entrar en combate, porque el humo solo nos permitía ver delante de seis a
diez metros, ni que nos vieran a nosotros los golpistas. En la esquina suroeste
Caamaño y sus oficiales nos metimos en una pobre galería esquinera de bloques
intercalados, y a través de los huecos tratábamos de mirar tanto hacia la calle
París como a la avenida Teniente Amado García. Gente nueva se arremolinó en la
esquina alrededor de la galería. Caamaño le ordena al mayor Fabio Chestaro que
escoja cinco hombres armados de fusiles con suficiente cápsulas y que se
traslade a la parte sur de la cabeza del puente y que atacara a discreción y
cortara el paso de tropas a pie o en vehículos. Vi a Chestaro alejarse
rápidamente entre el humo por la calle José Martí hacía el sur con sus cinco militares y decenas de civiles entre
ellos varias mujeres con entusiasmo, alegría y la esperanza de conseguir un
fusil del enemigo o de uno de los militares nuestro que cayera, para combatir a
las odiadas tropas golpistas de San Isidro. Caamaño está poniendo a punto las
decisiones que había tomado ya, dentro del frente de batalla, actualizando la
información, alguno de los nuestros estaban disparando, entre la multitud que nos rodeaba en la
esquina, una mujer, con edad entre 25 y 30 años, con un pelo claro, crespo en
desorden, piel clara y un vestido amarillo ensangrentado en el abdomen, se paró
frente a nosotros y nos gritó en medio de los ruidos tremendo de la guerra:
“¡Decídanse rápido, que nos están matando!”. Entonces Caamaño reaccionando le
grita: “¡A su orden coronela!”. Teníamos ahí agachados unos dos o tres minutos
que a mí me parecían dos o tres horas, porque nunca había estado en combate por
tierra, los proyectiles y fragmentos chocaban y silbaban alrededor de nosotros,
entendía que al atacarlos les íbamos a neutralizar el fuego y los íbamos a
derrotar. En medio de las humaredas, mientras ensordecen los tiroteos, las
explosiones y los proyectiles pican y zumban en paredes y fachadas, rodeado de
mujeres y hombres, decididos y valientes, la mayoría tirados al suelo, en
espera del contra ataque, siento menos miedo del que esperaba tener. Caamaño
ordenó el inicio del ataque. La mujer de amarillo seguía junto a nosotros,
contentísima, ahora que comenzábamos a movernos, detrás de nosotros en la calle
José Martí había cientos de personas moviéndose a rastras o tiradas en las
calles, los heridos y posiblemente los muertos eran llevados a las casas de
cemento que no estaban en llamas. Al ras del suelo se respiraba mejor,
envueltos en el humo de los numerosos incendios provocados por los aviones
genocidas de la Fuerza
Aérea Dominicana, la artillería terrestre y naval, comenzamos
a disparar en la misma esquina José Martí con París para permitir el cruce a
saltos del grupo de Montes, que le tocaba dirigirse por la calle José Martí y
combatir para cortar la columna atacante en la avenida Teniente Amado García
Guerrero. Los primeros cuatro que cruzan la calle París toman posiciones y
comienzan a disparar hacia el norte y hacia el este, con la algarabía de la
mujer de amarillo, los vecinos del lugar y cientos de personas. Las calles
estaban llenas de obstáculos, restos de viviendas y vehículos, cables y
múltiples objetos. El grupo de Montes entró combatiendo al norte por la calle
José Martí hacia la avenida Teniente Amado García Guerrero, entre humareda y
obstáculos. El grupo de Caamaño, que era el mayor, cruzamos la calle París y
por su acera norte nos fuimos hacía el este, seis o siete militares y un grupo
grande de civiles avanzaba por la acera sur de la misma calle y la misma
dirección. Detrás vienen cientos de civiles mal armados. Avanzamos combatiendo
en ocasiones arrastrándonos por las aceras que eran irregulares, pues habían
sido construidas por los dueños de las casas e iban debajo del nuevo nivel de
la calle, que había sido rellenada a una altura de medio metro en algunos
tramos. En la punta iban dos hombres ranas, Capozzi y yo. Detrás venían
Caamaño, Marte y unos sesenta militares, la mujer de amarillo, un gran número
de gentes de nuestro pueblo, armados de piedras, palos, tubos, cuchillo,
machetes, tijeras y otros objetos. Las personas que no habían abandonado sus
casas, mujeres, hombres y niños con gran entusiasmo nos saludaban al vernos pasar. Caamaño en todo momento
mantuvo la dirección militar y no perdía oportunidad de arengar a la gente que
nos rodeaba. Esto incitó desde el principio a que el pueblo se mantuviera cerca
del combate. Desde que salimos de la calle José Martí por la París
fue combatiendo, nos acompañaba un griterío enorme de la multitud y los
pobladores, eran gritos colectivos de alegría y para botar el miedo ante el
hecho de que había sido detenido el avance de los odiados guardias del golpista
Wessin y estábamos retomando el terreno que esos militares habían tomado. La
bulla enorme del pueblo, era un estruendo en todo el sector, por encima de los
disparos, las ráfagas y explosiones de los combates. Se convirtió en un factor
que intimidó a las tropas del golpista y genocida general Wessin, y estimuló
aún más a los combatientes constitucionalistas. ¿Quién era capaz de flaquear
ante un entusiasmo tan pleno de nuestro pueblo?
Mientras avanzábamos adentrándonos en el campo de batalla, entre los
numerosos objetos dispersos en las calles, encontrábamos cadáveres recientes,
algunos destrozados. Al llegar a la esquina de la calle Juana Saltitopa con
París, voy a gatas junto a las casas siguiendo el ejemplo y el consejo del
veterano Cappozzi a mi lado. Caamaño cae encima de mí y me tumba. Pensé: “¡Le
dieron!”. Nos paramos rápidamente, con algunos raspones. Había muchos disparos
y muchas bajas, sobre todo en la población por su enorme entusiasmo y completa
inexperiencia. Barrimos con ráfagas hacia el norte y cruzamos la calle a saltos
y continuamos avanzando pegados a las casas. Cuando llegamos en medio del
avance combativo a la calle Doctor Betances, Caamaño nos advierte: “Tengan
cuidado al llegar a esa esquina, que el grueso de las tropas está en la otra
esquina”, y señala hacia el norte. Se refería a la esquina formada por la
avenida Teniente Amado García Guerrero y la calle Doctor Betances, donde tropas
del golpista y genocida Wessin ocupaban la escuela Perú en la esquina noreste y
habían acumulado en la misma, equipos de guerra e improvisado un hospital,
donde llevaban sus heridos. Y atacaban a todo el que le pasaba cerca. Había
menos humo en esa área, lo que hacía mucho más peligroso nuestro avance, pero
no hubo dificultades en cruzar esa calle, la pasamos también a saltos, con
mucho mayor cuidado, pero rápidamente. Después que hemos cruzado entran a la
calle París desde la parte sur de la calle Doctor Betances un grupo de
alrededor de 15 militares de la
Marina , vestido de ropa azul, de trabajo o faena, todos con fusiles y una ametralladora calibre
70 que la disparaban apoyándola en el suelo. Estos marinos habían combatido
momentos antes con numerosos fuegos de ametralladora pesada y fusiles
automáticos la escuela Perú y sus inmediaciones, lo que facilitó nuestro paso
por esta calle. Luego avanzamos conjuntamente con ellos, casi sin disparar
hasta la calle Josefa Brea esquina calle París, donde nos alcanzó otro grupo de
marineros de azul y algunos uniformes de color kaki con fusiles y otra
ametralladora calibre 70. Se reunieron alrededor de 30 a 35 y la gente les ayudaba
a cargar las cintas de las balas y las ametralladoras. Nosotros nos protegíamos
junto a las casas, pero estos marineros, los que manejaban las ametralladoras y
numerosos civiles; hembras y varones, peleaban en el medio de la calle, hacían
el fuego y batían las áreas de las tropas de infantería de Wessin. Como sus
ametralladoras eran armas para ser disparadas desde bases fijas, el retroceso
los hacía recular. Junto a estos marineros también en la calle iba el
periodista Luis Reyes Acosta. Ya había dos marineros heridos. Llamo a Luis a
quien conocía desde hacía años y le digo: “Luis te van a matar ¿Qué haces en el
medio de la calle?” Me contestó que estaba con los marineros realizando su
trabajo de reportero en ese combate para el periódico Listín Diario. Tenía
libreta, lápiz y un enorme entusiasmo. Luis saluda a Caamaño, quien le aconseja,
de manera risueña, que las balas no van a entender que él sea reportero o
combatiente. Luis se mantuvo alrededor de Caamaño durante un rato y se informó
con nosotros de los pormenores del combate y nos informó que los marineros eran
de la tripulación de un barco de la
Marina de Guerra que fue abandonado por sus oficiales estando
anclado en la ría del Ozama, con algún desperfecto, en las cercanía del puente
Duarte y habían estado atacando a la aviación que bombardeaba y ametrallaba en
las inmediaciones. Cuando la aviación atacó el barco que estaba inmóvil, los
marineros sacaron de la nave las armas que pudieron y siguieron luchando. Luis
se alejó de nosotros y más tarde vuelvo a verlo junto a los marinos de azul a
la derecha de nosotros mientras batían la incineradora y el edificio Aybar,
donde se encontraban tropas de Wessin.
En una casa de cemento, porque también hay muchas casas de madera,
en la esquina norte de la calle París con la Josefa Brea , Caamaño
instaló su centro de mando. Hacia el este nos queda un triángulo formado por
las calles Josefa Brea, París y la Teniente Amado García Guerrero, que era un
terreno vacío con excepción de una enramada pequeña techada de cana, que era un
depósito de sacos de carbón, junto a la cual había algunas carretas y un mulo o
mula amarrado muy inquieto. Desde aquí organizamos un grupo de mensajeros entre
la población para que fueran donde Montes, Chestaro y nos mantuvieran en
contacto con los marinos de azul que eran combatientes casi autónomos y se habían alejado por la Josefa Brea hacia el
sur para combatir desde esa área. Los habitantes de esa casa se habían ido,
dejándola abierta y en la cocina
encontramos la comida del mediodía en
calderos aún sin servir. Nosotros no avanzamos más allá de esa casa. Un poco más
adelante de la esquina había un hombre negro con camisa blanca que había
llegado junto con nosotros y estaba disparando con una carabina Cristóbal; en
un momento el combatiente tiene algunos problemas para disparar y yo, que estoy
detrás, lo llamó pero no me hace caso. Le digo a uno de los hombres ranas que
lo ayude, me doy cuenta que no me hace caso a mí porque estoy vestido de civil
con mi camisa blanca mangas cortas. El hombre rana me informa que al
combatiente se le habían acabado las cápsulas, ¡pero este lo que hace es que
tira la carabina, que es recogida inmediatamente del suelo en un molote, salió
huyendo y reapareció tiempo después con un fusil FAL!
Desde la casa, Caamaño
combatía con su fusil AR-10 traído por él de Estados Unidos y dirigía la batalla.
Los combatientes armados, desde fusiles automáticos hasta piedras, se acercaban
constantemente a él en busca de instrucciones de guerra y él los organizaba con
uno o dos de los militares que estaban a su alrededor con un número mayor de
civiles armados y desarmados, mujeres y hombres en mayor cantidad, y les daba
instrucciones para que cumplieran diferentes objetivos y funciones de guerra,
lo cual resultó muy efectivo para que los militares fueran instruyendo en medio
de la batalla a los civiles, mientras seguían desalojando y venciendo las
tropas de Wessin, pues no había tiempo ni lugar para dar instrucciones sino
disparándole directamente al enemigo. Se capturaban fusiles, se instruía sobre
los mismos y así se aprendió, sobre la marcha, la guerra y su organización
táctica. Ahí en esa batalla, que duraba tres días, es donde se hermanan civiles
y militares constitucionalistas y donde Caamaño llamaba al responsable de los
mismos, como comandante. En la organización de esta batalla surgen los comandantes
y los comandos. Pasamos varios con Caamaño al patio de la casa que era bastante
largo y tenía una cerca de cinc viejo de unos 30 metros más o menos
junto a la calle Josefa Brea. Desde los hoyos en el cinc mirábamos desde el
suelo, la esquina con la avenida Teniente Amado García hasta todo el terreno
despejado que quedaba al este de nosotros. Numerosos soldados del golpista
Wessin se retiraban por esa calle y comenzamos a hacerle fuego y cortamos su
retirada. Era tanto el fuego que yo hacía, que Ilio Capozzi que disparaba al
lado mío me señala que la madera guarda mano que cubría el cañón de mi fusil
G-3 estaba humeando. Deje de disparar y me quedé tendido en el suelo. Tenía 27
años de edad y en dos ocasiones anteriores me habían disparado, pero hasta hoy,
nunca le había disparado a un ser humano. El combate comenzó a decaer en esa
área, Capozzi se arrastró hasta la casa y volví a disparar con un ritmo más
lento y cuidadoso. Capozzi me llamó desde la casa, estaba en la cocina. Habían
bajado mucho los disparos de combate, pero de todas maneras me arrastro hacía
la casa. Capozzi tenía abiertos los diferentes calderos, y me dice: “coma” le contesto que no tengo hambre. Lo que tengo
es un nudo en el estómago, él insiste: “Usted se va a enfermar si no come, en
la guerra es importante comer”. Es arroz, habichuela, carne, ensalada y algunas
frituras. Capozzi puso eso en un recipiente grande y lo mezcló todo, sirvió un
plato y me lo pasó con una cuchara. Me dio trabajo comer de aquello, pero lo
logré. Llamó a varios, sobre todo hombres ranas y le dio a cada uno la misma
porción de comida, le llevé un plato a Caamaño, tomó un bocado y lo pasó a
Marte Hernández, cuando les dije que había más comida, le dijo a Marte
Hernández: “Ve busca la tuya”. No había comida suficiente para tanta gente,
muchos no se interesaron, al igual que a mí, la emoción del combate se lo
impedía. Dejé comida y Capozzi la envolvió en un papel grueso y me lo pasa
diciéndome: “Éntrela en el bolsillo, cómasela después”. Me sentí mejor después
de comer algo a la fuerza. La tensión, la terrible emoción de matar o morir y
hacerlo contra otros también hijos de Dios y el enorme esfuerzo físico de un
combate; mi primer verdadero combate, casi agotan todas mis energías físicas y
mentales, sin darme cuenta había estado al borde del desmayo. En medio de la
batalla, algunas personas oían por radio de baterías a Radio Televisión
Dominicana que era la única emisora que transmitía en la ciudad de Santo
Domingo y que informaba al Movimiento Constitucionalista en todo el país, nos
informaron que hacía rato que ésta ya no estaba transmitiendo. Creímos que los
ataques aéreos podían haberla dañado.
En medio de los combates,
mujeres y hombres, jóvenes, niños y viejos participaban con gran entusiasmo en
contra de los soldados del golpista y genocida Wessin. Noté un gran odio contra
esas tropas y todo lo que ella significaba, agravado por los casi tres días de
bombardeos, metrallas de los aviones asesinos que mandaba y ordenaba Wessin
desde la seguridad de la base militar de San Isidro. Si un soldado de Wessin se
metía para protegerse en un callejón, lo mataban y salían con el fusil. El
rencor era notorio entre los combatientes, el público y los vecinos. Caamaño
gritaba: “No, no lo maten” pero no le hacían caso ni a él ni a nadie; lo
mataban rápidamente, le quitaban todo lo que pudieran usar en la guerra. Si uno
de nuestros combatientes armados de fusil era herido, había más de diez que
trataban de arrebatarle el fusil para seguir combatiendo. Hubo numerosos
conflictos por las armas de guerra, aunque muchas veces no sabían usarla y en
medio del combate había que enseñarlos.
Los combates perdieron intensidad rápidamente, nosotros éramos
alrededor de 60 armados de fusiles al inicio y luego capturando fusiles
aumentamos a 400 o más. Ellos eran varios cientos, varias compañías de
infantería especializada, con artillería, con una línea de abastecimiento
mecanizada, fusiles y otros armamentos. Entendíamos que las tropas de Wessin
estaban entre 1,200 y 1,500, pero algunos decían que había más de 2,000.
Suspendieron los ataques aéreos y de artillería, y estas fuerzas de infantería
entraron en combate con cañones y bazucas sin el apoyo de tanques de guerra.
Los aviones que volaban en la cercanía, no hicieron ningún ataque.
Alrededor de las 14:00 horas, cuando el ataque de los soldados de
Wessin había sido destrozado y la mayoría de esos soldados había muerto, los
que quedaban solamente resistían en la escuela Perú y sus alrededores, donde
habían quedado aislados y en altos edificios al noroeste del puente Duarte. Los
demás que no podían cruzar por el puente que era batido por el fuego del
comando del mayor Chestaro y de los marinos militares vestidos de azul y por
nosotros, se retiraban desordenadamente hacia una zona baja hacia la ribera de
la ría Ozama, donde tomando posiciones, peleando a lo desesperado, nos hicieron
numerosos heridos y muertos y no podíamos desalojarlos. Caamaño ordenó que a
las tropas golpistas que estaban en la cercanía de la orilla del río, fueran
tiroteado sin tratar de arrollarlos.
Llegó por la calle París un grupo de unos treinta militares y varios
cientos de civiles armados con fusiles y sin fusiles, al mando del mayor Juan
María Lora Fernández E.N. y el teniente Elías Bisonó Mera E.N. con los cuales
habíamos perdido contacto cuando salimos a buscar las fuerzas militares en la
calle Galván y el parque Independencia, y luego al llamado por Radio Televisión
Dominicana del presidente Molina Ureña a la Embajada de Estados Unidos. Nos enteramos en ese
momento que eran ellos los que habían estado enfrentando el ataque de
infantería del golpista y genocida Wessin desde que se inició. Intercambiamos
impresiones e informaciones.
Montes y las fuerzas bajo su mando habían dividido rápidamente a las
fuerzas del golpista Wessin en la
esquina de la avenida Teniente Amado García Guerrero con calle José Martí. La
vanguardia golpista atacante quedó aislada y aunque combatieron entre dos
fuegos, fue aniquilada. Caamaño ordenó a Montes Arache que ocupara la escuela
Perú.
Cuando recibieron la orden
del coronel Caamaño de atacar y tomar la escuela, la resistencia de los
sitiados, fue tan fuerte que impidió tomarla. Pasó lo siguiente: Montes se fue
a la avenida Duarte y envió al sargento mayor B.Z. Isidoro Quezada Tiburcio M.de.G.
su segundo al mando en su grupo, con los también hombres ranas sargento
Rodríguez Perdomo, Gregorio Vidal, Alberto Coste Leonardo, Alfredo Rosario
Acosta, Plinio de León, Rafael Noboa, Ulises Jiménez Melo y otros, con decenas
de civiles armados de fusiles y muchos más civiles desarmados, lo cuales
tomaron por la calle Ana Valverde al norte de la avenida Teniente Amado García
Guerrero y debían dirigirse tres esquinas al este hasta la calle Doctor
Betances para atacar lateralmente la escuela Perú, la que debían tomar por
asalto. Se acercaron protegiéndose entre los patios de las casas, donde
encontraron numerosos cadáveres. Se concentraron en una casa cercana, los
descubren y son atacados tan violentamente que tienen que retirarse
desordenadamente dejando militares y civiles atrás, escondidos en casas y
patios. Cuando Caamaño se enteró de este fracaso, que habían decenas y quizás
cientos de militares de Wessin en la
escuela Perú y sus alrededores, armados con fusiles automáticos, bazucas,
ametralladoras ligeras y pesadas,
reorganizó rápidamente un nuevo ataque con todas las fuerzas
constitucionalistas que había en la zona. La escuela en la esquina noreste
formada por la avenida Teniente Amado García Guerrero y calle Doctor Betances
era un edificio grande de madera pintado de amarillo y techado de zinc y en
bloques de cemento hasta la alturas de las ventanas, con un amplio patio
trasero cercado de bloques de cemento hasta dos metros de altura, con una
puerta grande forrada de zinc. Con Caamaño a la cabeza fue atacada masivamente
por los dos frentes que daban a las calles, con todo el poder de las armas que
poseíamos, la resistencia tenía la firmeza de la desesperación y nos hicieron
rápidamente numerosas bajas. Las tropas golpistas de Wessin ocupaban y se defendían
desde algunas casas laterales a la escuela. Caamaño ordenó atacar con bombas
molotov que teníamos preparadas en varios cientos como armas anti-tanques,
incendiamos la escuela y dos casas vecinas y atacamos simultáneamente con
granadas de manos, los combatientes contrarios que pueden se retiran a través
de patios circundantes, abandonando la escuela que se destruía y en unos 20
minutos. La escuela Perú es tomada. Se capturan armas, un carro de asalto
quemado, camiones y una ambulancia. No se hicieron prisioneros, algunos
pudieron escapar atacando hacia el este, porque por el norte en la calle Ana
Valverde estaba combatiendo el mayor Lora Fernández con un grupo numeroso. Tomada la escuela Perú y anulada la resistencia
en la misma, volvimos a la casa de concreto de la calle Josefa Brea con calle
París, donde llegaban los mensajeros y las informaciones y de donde Caamaño
siguió dirigiendo la batalla. En esos momentos los que más disparan son los
marinos de azul con sus ametralladoras de gran calibre, contestando el poco
fuego enemigo que quedaba en la incineradora y edificios cercanos. También se
hacían disparos muy numerosos por parte de los combatientes civiles que habían
ocupado armas en los combates recientes. Desde esa casa se dominaba un gran
espacio, con excepción de la enramada para almacenar carbón y algunas carretas,
no había otra obstrucción, y el mulo o mula que pudo soltarse y bajó a galope
por la calle Josefa Brea hacia el sur. Nos empeñamos en que no se hicieran
disparos innecesarios, pues había que economizar las balas, lo que era difícil
porque los combatientes probaban y practicaban con las armas que de manera tan
valiente y sangrienta habían conquistado
recientemente.
Había decaído la intensidad de la batalla, se seguía combatiendo en
la orilla de la ría, debajo de la cabecera oeste del puente Duarte y sus
alrededores. El mayor Lora al norte y el mayor Chestaro al sur.
A varios cientos de metros de
donde Caamaño tenía instalado el comando, no se estaba combatiendo,
aprovechamos para dar explicaciones de cómo usar las armas de guerra, pues la
mayoría no sabía. Toda el área estaba llena de escombros y cadáveres, los
heridos aun no podían trasladarse a ningún centro médico, eran llevados a casas
no destruidas donde les prestaban ayuda. Aunque casi no lo notábamos por el
ruido de los disparos, nos avisan que vienen aviones y Caamaño dispone que nos
traslademos a otro lugar menos expuesto que la casa de la calle Josefa Brea
esquina París, la cual no tiene ninguna protección en el sentido de los ataques
aéreos desde el este. Combatientes que están en esa zona desde hacía días ya
tenían experiencias defensivas ante los ataques aéreos, nos hicieron mover a
una casa cercana en la misma calle París, en el lado norte, casi en el centro
de la cuadra, de dos plantas, mejor protegida y continúa operando sin
interrupción la dirección y el comando de la batalla. Los aviones, en su
mayoría Mustang P-51, ametrallan repetidas veces, casi siempre de este a oeste,
también impactan con bombas y cohetes, iniciando nuevos incendios. Ocasionan
numerosos muertos y heridos, la mayoría entre la población civil no combatiente
que menos sabe protegerse. Uno de estos aviones destroza, matando en el acto al patriótico y heroico Elías Bisonó
Mera, único oficial constitucionalista muerto en esta batalla mientras combatía
en la calle París. Los ataques de los aviones del golpista y genocida Wessin se
hacen ininterrumpidos, cuando unos se retiran con las armas vacías después de
haber ocasionando muertes y destrucciones indiscriminadas, otros criminales que
estaban en espera, dando vueltas a mayor altura en la cercanía, entran a matar
y destruir irresponsablemente. Ahora que teníamos numerosas armas, varios
cientos capturadas a los soldados golpistas atacantes, la mayoría dispara a los
aviones, sin hacerles blancos aparentemente. Ante el enorme gasto de balas, sin
que los aviones dejen de atacar, Caamaño se preocupó y ordenó que economizaran
los tiros y que hicieran fuego con mayor cuidado y precisión, a cada paso de ataque los disparos son
múltiples durante todo el recorrido a baja altura del avión. Antes les hacíamos
pocos disparos y muchos tiraban piedras, ahora armados, muchos disparos y
muchas piedras. Cuando terminó el ataque aéreo que duró entre 20 y 30 minutos,
Caamaño traslada el mando nuevamente a la casa de la calle Josefa Brea esquina
París y al llegar vemos los tanques de guerra con soldados apiñados encima
llegando a la curvatura más alta, al centro del puente Duarte y casi
inmediatamente el que venía delante comenzó a disparar su cañón y sus
ametralladoras, pero no hay vacilación entre la población que estaba
combatiendo y resistiendo, que era no solo de la capital sino de todas las
regiones del país. Los que tuvieron alguna dificultad para combatir; como esta
batalla estaba en su tercer día, se habían marchado ya. Venía una formación de
tanques, cuando comenzaron a bajar la curvatura central del puente y se
pusieron al alcance de nuestras armas, le entramos a tiros, primero los más de
cien fusiles que ya tenía el grupo del mayor Chestaro y los marinos de azul y
luego nosotros, cayeron de los tanques algunos soldados y los que no pudieron
devolverse, se protegían detrás de los tanques, algunos quedaron tumbados en el
puente. Cuando los tanques estaban llegando a la cabecera Oeste del puente,
bajo un nutrido fuego los soldados de infantería que aún les acompañaban, se
protegían detrás de los blindados, los tanques vacilaron y se detuvieron, pero
volvieron al avance y de pronto los soldados en la distancia parecía que se estaban
lanzando del puente, pero alguien dijo que estaban bajando por las escaleras
que estaban en los laterales una frente a la otra e inmediatamente se mandó a
atacar a esos soldados. Los tanques quedaron sin ninguna infantería, eran muy
visibles en este espacio abierto, venían en fila, se abrieron ligeramente para
poder hacernos fuego y comenzaron a disparar los delanteros con todo lo que
tenían. Un cañonazo dio en la parte trasera del patio, haciendo explosión entre
unos metales de una herrería vecina que daba a la avenida Teniente Amado
García. Caamaño, ante el avance incontenible de los tanques en áreas abiertas,
aconsejado por Capozzi, ordena retirarnos para obligarlos a entrar en las
calles y atacarlos con bombas Molotov. Cuando nos estamos retirando, la gente
se retira con nosotros, pero pequeños grupos siguiendo las instrucciones, se
introducen entre las casas, callejones y patios cercanos a la calle Josefa Brea
y a los dos lados de la calle París con bombas Molotov. Nos trasladamos primero
a la calle Doctor Betances y luego por la avenida Teniente Amado García que aún
no estaba expuesta al fuego de los tanques, a la calle Juana Saltitopa. En esa
esquina nos reunimos de nuevo con Montes y Lora Fernández, este último informa
que en el ataque aéreo había muerto el teniente Elías Bisonó Mera, a quien
conocí a través de su hermano “Juani”. Entre tantos cadáveres sentí una fuerte
emoción por la muerte de ese hijo heroico de Villa González, que estando en un
alejado pueblo, recién casado, viajó a la capital a cumplir su compromiso con la Patria y a nacer para la
historia, como joven mártir de la
dominicanidad y el patriotismo, como tantos ese día, libertario, sangriento y
luminoso.
Desde una casa situada casi al frente de donde estamos nos informan
que tenían dos cañones. Mandamos a que los traigan y ciertamente son dos
cañones Houtsizer calibre 105 milímetros y numerosas cápsulas para los
mismos. Más de 30 personas llegaron cargando los cañones y las grandes cápsulas
a la esquina. Entre la multitud de civiles y militares que están dando
opiniones sobre cómo atacar a los tanques, ninguno conocía el funcionamiento
con precisión de estos cañones. Los que los trajeron con sus enormes cápsulas
de obuses, dirigidos por un hombre joven, casi blanco, alto, atlético, sin
camisa, se comportaban como si las dos piezas de artillería fueran de su
propiedad y solo pueden dispararlas ellos, lo que ya habían hecho, pero uno no
había podido disparar, según nos explican. Están montados en cureñas sobre
ruedas. Caamaño les ordena que preparen el cañón útil en esa misma esquina para
dispararle al primer tanque que entre a la avenida Teniente Amado García
Guerrero, pasando la calle Josefa Brea. Vimos el primer tanque asomarse por la
avenida casi esquina calle Josefa Brea alrededor de 200 metros de distancia
de nosotros disparando con ametralladoras. Caamaño le indicó al atleta
descamisado que está solo en el disparador sacándole el cuerpo al cañón, con
una especie de cordón, que espere que el tanque se acerque un poco más, pero
éste, gritándole a la gente que se quite de la parte de atrás dispara el obús
que no tocó al tanque. El cañón retrocedió violentamente y se estrella contra
la acera opuesta, volcándose, mientras el tanque delantero, que no cruza la
calle, gira hacia el sur y comienza a moverse por la calle Josefa Brea.
Mientras los servidores recuperan el cañón, nos informan que un tanque viene
por la calle París. Nos trasladamos a la esquina de la calle París con calle
Juana Saltitopa, el grupo con el cañón, se prepara de nuevo, otros corrigen la
puntería y esta vez el tanque que ya ha cruzado la calle Josefa Brea, recibe un
impacto bajo entre la calle y el tanque,
que levantó polvareda de tierra roja y humo. El tanque se detiene en el acto y
de ambos lados les lanzan bombas Molotov, alcanzando una sola al tanque en la
parte alta, incendiándolo y con esta
basta para que abrieran por la parte superior y comenzaran a salir los
tripulantes del tanque disparando armas automáticas. Algunos tanques pasan
rápidamente por la calle Josefa Brea hacia el sur y nos gritan que otros
tanques van en la Josefa
Brea hacia el norte. También hay fuego de Molotov en la parte
baja del tanque y en la calle junto a él. Alguno de los tripulantes disparó
defendiéndose, lo que bastó para que, sin poder evitarlo, todos los tripulantes
murieran en combate con la multitud. De los tanques que toman al sur de la Josefa Brea , los
combatientes civiles y militares salen a perseguirlos, mientras otros les salen
al encuentro con disparos y bombas Molotov. La retirada y dispersión de los
tanques causa una bulla delirante entre vecinos y combatientes. Hemos tenido un
herido y lesionados por efecto del retroceso del cañón. Hay una multitud
alrededor de los cañones y una alegría de locura. La multitud corre con los cañones
al hombro junto a nosotros hasta la Josefa Brea buscando tanques para dispararles,
cuando llegamos vemos dos tanques al norte, pero cuando el cañón estuvo listo
para disparar, han desaparecido. Hemos
roto el terror que se les tenían a los tanques, como máquinas de guerra
mortales e invencibles. Se dispersan en retirada por calles llenas de
obstáculos, mientras los combatientes corren detrás y les salen de casas y
callejones con bombas Molotov y disparando con fusiles. Todos son capturados o
destruidos. Se hacen prisioneros en un tanque que fue capturado en la calle
Baltasara de los Reyes, en Villa Consuelo y en algún otro. Con algunas
escaramuzas más, termina. Ninguno de los
tanques que cruzan el puente pudo volver en retirada. Así acaba el combate contra los tanques, de
una manera inesperada por nosotros; rápida, ridícula y hasta risible a pesar de
la tanta sangre derramada por los mejores dominicanos en esta terrible guerra
entre hermanos. Solamente quedan soldados del golpista y genocida Wessin atrapados
en la parte baja a orillas de la ría, los cuales combaten con la desesperación
de quien no puede huir ni rendirse. Caamaño se dirige con todo su grupo, que ha
crecido enormemente en mujeres armadas de fusiles y otras formas de armas y
hombres, viejos y jóvenes con fusiles, machetes, palos y piedras a los combates
en la orilla del río, mientras Montes se dedica también con un grupo a ubicar,
localizar y aniquilar a soldados golpistas que están escondidos en casas,
patios y callejones, individualmente o en pequeños grupos.
Eran alrededor de las 5:30 de
la tarde cuando hicimos contacto al sur del puente con la ya numerosa fuerza de
combatientes armados de fusiles, en número quizá de más de un ciento que dirige
el mayor Fabio Chestaro, y cientos armados de otros elementos, que esperan
conseguir un fusil. Después de intercambiar informaciones y conocer que las
fuerzas de Chestaro hostilizan a las tropas que quedan del golpista y genocida
Wessin, agazapadas en terrenos, edificaciones y embarcaciones cercanos a la
orilla, mientras otros combatientes al mando del mayor Lora Fernández, los
atacan desde el Norte, Caamaño envía varios mensajeros para coordinar ataques
desde el sur, oeste y norte a los restos de tropas en fuga. Estando en estas
operaciones sin poder arrollar a los que luchan con desesperación, comenzó a
oscurecer y lo soldados rodeados comienzan a recoger botes y yolas, la gente
nos grita que hay que acabarlos, que se nos van a ir cuando se haga de noche.
Se aumenta la presión combativa sobre ellos, pero no podemos avanzar, en medio
de una gran balacera, donde nos ocasionaban muertos y heridos. Un pequeño bote
sale a cruzar el río a remos, casi todo el fuego se concentra en él. El segundo
bote que intenta salir también es destruido, los restos bajan lentamente por el
río. El tercero, más al norte puede alejarse mientras Caamaño grita una orden a
toda la parte sur: “¡No disparen!
Enemigo que huye, puente de plata”, lo que repite varias veces, pero lo
obedecen a medias, de diferentes partes siguen disparando a los pequeños botes
en que huyen. Antes de que se haga de noche vemos a numerosos guardias
derrotados, que tratan de cruzar el río a nado y ayudándose con cosas que
flotan. Caamaño insistió en que no le disparaban a los que cruzan el río Ozama
como pueden, manda militares para que vayan a detener ese fuego, el tiroteo
continúa, bajando de intensidad hasta casi desaparecer, a medida que se hace de
noche. Luis Reyes Acosta se va con los militares que ordena dirigirse a la margen de la ría Ozama.
Comenta Caamaño: “Ese joven es muy valiente, se ha convertido en un verdadero
reportero de guerra. Es el único periodista que está en la batalla”.
Llega la noche y Montes,
Lora y Chestaro, son reunidos por Caamaño cerca del puente, en casi total
oscuridad, no hay energía eléctrica en toda la zona. Ya casi no se está
hostilizando a las tropas que huyen, pero se oían disparos en todos los
alrededores. Caamaño da instrucciones al mayor Chestaro que traslade su comando
a la calle Josefa Brea esquina calle París, que mantenga vigilancia en toda la
parte sur del puente hasta el río. A Lora Fernández que se traslade a la calle
Doctor Betances esquina Samaná y desde ahí mantenga vigilancia y control sobre
la parte norte del puente Duarte y toda la orilla de esa parte del río.
Caamaño, su Estado Mayor y numerosos combatientes nos dirigimos por la calle
París tropezando con los escombros en la oscuridad donde no hay incendios,
hasta la avenida Duarte, desde ahí con las luces de algunos automóviles se ven
cadáveres semidesnudos hacia la avenida Teniente Amado García y más allá. Al
saberse que Caamaño está en la avenida Duarte con calle París se comienzan a
reunir numerosos combatientes civiles y militares y numerosas personas que
apoyan el esfuerzo de guerra y simpatizan con el Movimiento, al poco tiempo hay
una multitud que llena la avenida. A pesar de estar entre cadáveres y
escombros, toda la multitud está jubilosa, contraste que puede notarse cuando
algún escaso vehículo con sus luces rompe la oscuridad. Caamaño les propone que
hagan fogatas en las calles mientras les dice que hemos derrotado de manera
completa y aplastante a las fuerzas del general golpista y genocida Elías Wessin y Wessin, cosa que la
mayoría de los presente sabía, pero provocó una algarabía que en el silencio de
la ciudad, debe oírse a kilómetros.
También les dice sentir el dolor por la muerte de miles de dominicanos en la
batalla. Esta victoria del pueblo en su lucha contra sus opresores golpistas,
por la dignidad y la vuelta por la democracia, la más sangrienta de toda
nuestra historia, tiene que ser en beneficio de todos los dominicanos. Les pide
que reúnan a los muertos de San Isidro fuera de los escombros para el día
siguiente y a nuestros muertos, a los que se les dará sepultura desde mañana temprano
en el cementerio de la avenida Máximo Gómez. Los hospitales y las clínicas de
la zona están abarrotados con miles de heridos, pero la victoria y el triunfo
era nuestro, tenemos asegurado el
control militar de toda la República Dominicana y estará aquí de regreso muy
pronto el presidente Juan Bosch. Otra algarabía. Caamaño informa al capitán de
fragata (teniente coronel) Montes Arache de algunos asuntos y lo deja al mando
de todos los combatientes, con el mayor Lora Fernández y el mayor Chestaro como
sus segundos, advirtiéndoles que tuvieran cuidado en no tener dificultades con
los combatientes civiles, que no tenían disciplina militar. Él, como no hay
ningún tipo de comunicación, irá a buscar al Presidente Molina Ureña y al
teniente coronel Hernando Ramírez, para informarles al detalle de esta victoria
total sobre los golpistas que ellos deben conocer, sobre la única oposición
militar al retorno del presidente legal de la República , señor Juan
Bosch. Para que el Gobierno actúe rápidamente aprovechando este triunfo tan
sangriento a favor del pueblo que lo hizo posible, y el Gobierno ocupe esta
noche o en la mañana temprano de nuevo el Palacio Nacional.
De la batalla ya solo se oyen disparos y no muchos por la zona del
río. Se escuchan diez o doce disparos por minuto y ninguna explosión fuerte.
Durante casi toda la tarde se escuchan cientos de tiros por minutos y en
ocasiones posiblemente miles, y las grandes explosiones de los ataques aéreos,
cañonazos desde la orilla este del río Ozama y los cañonazos de buques de la Marina , muy erráticos,
dirigidos y ordenados por quien hasta ese día en la mañana había sido nuestro
compañero de lucha, ahora traidor y genocida el comodoro Francisco Rivera
Caminero. No se oyen cañonazos ni otras grandes explosiones, no hay un solo
avión ni helicóptero en el aire. Los numerosos incendios en un cuadro de algo
más de dos kilómetros de este a oeste, y un poco menos de uno, de norte a sur,
se han extinguido o se están extinguiendo por sí mismos, mientras la falta de
viento despejó las calles del denso humo de horas anteriores. Hacía más de dos
horas y media que la batalla había finalizado, con una derrota aplastante a las
fuerzas militares del golpista y genocida general Elías Wessin y Wessin. Fue la
culminación de una batalla muy desigual, en sus inicios de este día 27 de abril
(su tercer día) eran menos de doscientos fusiles, dos ametralladoras de calibre
70 milímetros
y dos cañones calibre 105
milímetros (uno inutilizable), contra más de mil
doscientos fusiles, decenas de aviones de combate y bombarderos; tanques de
guerras, en dos decenas cruzan el puente, artillería terrestre y naval.
Desde el inicio del contraataque a las fuerzas de Wessin, armadas
con los elementos más modernos, nunca antes usados en una guerra en nuestro
país, me moví por casi todo el frente de combate y hablé o vi a miles de
mujeres y hombres, la mayoría para mí desconocidos y no vi en parte alguna
mandando, combatiendo o apoyando al
esfuerzo de guerra, a ningún dirigente alto o medio de partido, movimiento o
agrupación política, a quienes conocía en su mayoría. Ninguna institución
política estuvo representada como tal en el combate del puente Duarte. Ahí
luchó el pueblo, por la vuelta de la dignidad, la legalidad, la Constitución de 1963
y el regreso a la presidencia de Juan Bosch. La batalla del puente Duarte es la
más sangrienta de la historia nacional, donde murieron entre 3,500 y 4,000
dominicanos. Fue la batalla que determinó todo lo que sucedió durante la gesta
de abril de ahí en adelante.
La gran diferencia es una sola: nosotros tenemos la razón y el apoyo
del pueblo dominicano, representado en las mujeres y hombres más valientes de
todo el país y los heroicos vecinos de esa zona de Santo Domingo, que deciden
quedarse y luchar. Cada baja de las tropas golpistas es una pérdida completa,
nadie puede cruzar el puente para sustituirlo y nosotros ganábamos un fusil.
Cada baja de las tropas constitucionalistas era sustituida inmediatamente por
un nuevo combatiente a quien solo había que
enseñarle a disparar, en el curso del combate. El pueblo combate con redoblado entusiasmo y captura
posiblemente el ciento por ciento de las armas, arrebatadas a sangre y fuego a
los soldados del golpista y genocida Wessin. Porque en los combates del puente
Duarte la población está dispuesta a coger no solo los tanques, que los captura
todos, sino cualquier tipo de máquina de guerra
que le enfrente en las ensangrentadas y destruidas calles de Santo
Domingo. Es tal el heroísmo sin importar el sacrificio, una euforia en la lucha
nacida de un odio a los golpistas y todo lo que ellos representan. Nuestro
pueblo, que ha sido humillado y maltratado siempre, conquista esa tarde con
grandes sacrificios y heroicos esfuerzos,
su dignidad y su libertad perdidas.
Son casi las 20:00 horas cuando Caamaño acompañado por Marte y por
mí, decide llegar en medio de la oscuridad a la calle Canela esquina Pina donde
había acordado encontrarse con el enfermo teniente coronel Hernando Ramírez.
Nos separamos de la multitud de combatientes que comienza a disgregarse y
caminamos unos 50 metros hacia el sur
por la avenida Duarte, mientras vemos algunas fogatas y otras que se inician en
medio de manifestaciones de júbilo con voces altas. No tenemos vehículo propio,
porque Marte Hernández había mandado a un sitio seguro el auto Hilman Imp de
Caamaño, -nos jugamos la vida, pero guardamos nuestros automóviles-, esperamos
que algún vehículo de los pocos que hemos visto pueda llevarnos a donde está
Hernando Ramírez. Por la avenida Duarte sube un vehículo de sur a norte, el
cual paramos, y felizmente yo conozco al que iba sentado junto al conductor,
que es el señor Pérez, médico o enfermero de nacionalidad española, afable,
simpático, que trabaja en una clínica en una segunda planta en la esquina
formada por avenida Teniente Amado García Guerrero y calle Hermanos Pinzón. En
ese sitio trabaja uno de los dos médicos legistas del Distrito Nacional y como
subjefe del escuadrón Contra Homicidios de la Policía Nacional ,
yo frecuentemente tengo que buscar al médico legista para levantar cadáveres.
El señor Pérez transporta en la parte
trasera del auto varias cantinas para llevar comida a un grupo de combatientes.
Les presento al coronel Caamaño y al teniente coronel Marte Hernández y les
digo que necesitamos ir al parque Independencia, pero él no está por hacernos
ese favor, quizás ni se había dado cuenta quién era Caamaño, aunque está
participando de la heroica hazaña que él ha dirigido. Él dice que tiene que
llevarles la comida a sus muchachos, como les llama a un grupo de combatientes,
no quiere hacernos el favor y le digo con firmeza: “¡Usted va a llevarnos
ahora!”, mientras abro una puerta trasera tropezando con cantinas llenas de
comida y Marte y Caamaño también se montan acomodando las cantinas sobre las piernas
y entre los pies, la boca se me hace agua con el olor a comida. Después de
evadir algunos obstáculos doblamos en la calle París a la izquierda, doblamos a
la izquierda en la calle Abreu donde ya no hay tantos destrozos. Vamos hablando
entre nosotros mientras el señor Pérez se mantiene en silencio, notamos que al
alejarnos cinco o seis esquinas de la avenida Duarte la gente desaparece de las
calles, que están totalmente a oscuras, pero tampoco hay ninguna puerta ni
ventana abierta. Esto nos sorprende porque creíamos que la población en mayor o
menor medida, estaba celebrando la derrota completa de las fuerzas militares
del golpista y genocida Wessin. Como hemos visto se está celebrando la victoria
en la parte Norte de los barrios Borojol, Villa Francisca y la parte Sur de
Mejoramiento Social y Villa Consuelo, pero al cruzar por el barrio de San
Carlos no se ve un alma en las calles y todas las casas completamente cerradas.
Llegamos a la calle 30 de Marzo esquina Abreu, el señor Pérez por fin habló, y
fue para decirnos: “Voy a llegar hasta aquí, ustedes están cerca del parque
Independencia”, nos desmontamos y le dimos las gracias. Continuamos a pie en la
oscuridad en la calle por su lado derecho, más adelante hay luz del mismo lado,
antes de llegar a la calle Manuel M. Castillo, en la penúltima edificación,
está la puerta frontal abierta, primera y única puerta abierta que encontramos,
fuera del área de la batalla y junto a la calle, al doctor Marcelino Vélez
Santana, conocido por Caamaño; que habían sido oficiales en la Marina de Guerra, y por mí,
que le conocía desde que él vivía en la avenida Bolívar, frente a la calle
Doctor Báez, al lado de mi tercera madre Erasteide Guerrero de Paniagua y yo
era novio de su sobrina, Melba Vélez Messina, de La Romana , quien nos pregunta:
“¿Y qué hacen ustedes en la calle?” Cuando Caamaño le responde que venimos del
puente Duarte de derrotar a las fuerzas de Wessin, se muestra incrédulo, ante
lo cual Caamaño le asegura que sí, que es cierto, diciéndole: “Los derrotamos,
nosotros dirigimos el combate” y el
doctor Vélez Santana dice: “¿Y ustedes son quienes están dirigiendo? Esto sí
que se jodió” y comenzó a reír jo, jo, jo.
Como teníamos prisa seguimos adelante casi sin despedirnos. Un poco después de pasar la calle Manuel M.
Castillo nos salen desde la derecha cuatro personas, nos paramos y nos pusimos
en guardia inmediatamente, apuntándolos con los fusiles, como es muy densa la
oscuridad uno de ellos dice: “Francis, es el almirante Lajara Burgos”. Han oído
nuestra conversación con el doctor Vélez Santana. El almirante ha estado en la
parte baja del Palacio Nacional y en la casa de la avenida Bolívar con Leopoldo
Navarro con el presidente Molina Ureña y es un alto funcionario del Gobierno de
éste. Caamaño le saluda con aprecio y respeto mientras le dice que tenemos que
seguir caminando y le pregunta por el Presidente y éste le dice que el
Presidente está refugiado en una embajada, Caamaño le pide que le informe al
Presidente del triunfo completo en la batalla del puente y que debe ocuparse de
nuevo el Palacio Nacional. Lajara le contestó que está de acuerdo y a la orden
de Caamaño. Nos acompañan mientras hablaban por un espacio de unos cien metros.
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