viernes, 25 de octubre de 2013

Batalla del Puente Duarte. Extraído del libro de Claudio Caamaño "Caamaño Guerra Civil 1965".

La Batalla del Puente Duarte: derrota aplastante a las fuerzas golpistas y serviles a Estados Unidos. ¡La Victoria Increíble!
Camino hacía el puente Duarte, llegamos a la calle Enriquillo casi esquina Barahona, donde vivía doña Dalila con su marido sargento B.Z. Ramón Mauricio Villanueva, M.de.G. En ese sitio había cerca de 40 hombres ranas, vestidos de negro, camuflaje y de civil, no todos armados, que por tener un intenso entrenamiento de comandos, fueron los combatientes más intrépidos y eficaces y la inspiración y el ejemplo de los demás luchadores civiles y militares. Cerca de las 12:00 horas  nos están informando, a veces de manera contradictoria, que las fuerzas golpistas de Wessin que tenían más de 20 minutos atacando por tierra, habían logrado entrar por la avenida Teniente Amado García Guerrero, al oeste del puente Duarte, habían tomado posiciones en la calle Doctor Betances esquina París, ocupado la escuela Perú y están tomando posiciones en la calle Juana Saltitopa, desde ésta llegaban a la calle París, mientras que intentaban continuar por la avenida Teniente Amado García Guerrero que tenían como eje de la ofensiva, y llegar a la avenida Duarte. Había una resistencia no muy numerosa en armas de guerra de militares y civiles al avance de las tropas golpistas, que estaban dispuestos a todo. No sabíamos quienes dirigían esa resistencia, mientras los golpistas atacaban con infantería, con alguna artillería y sin tanques de guerra. Oíamos un intenso tiroteo en la avenida Teniente Amado García desde donde estamos. Los demás combatientes civiles y militares, incluyendo los hombres ranas, no estaban enfrentando a los atacantes, por esto les es tan fácil a la infantería del golpista y genocida Wessin penetrar rápidamente a la ciudad. La salida de Caamaño del frente de batalla por casi una hora desorganizó la resistencia y el contraataque con que los constitucionalistas planeábamos enfrentar a las tropas de San Isidro, mandadas desde lejos por el golpista y genocida Wessin. Cuando a los combatientes y a la población constitucionalista que les ayudan, llega la información de que Caamaño ha vuelto, corren a unirse al Coronel. Los militares y civiles combatían y habían combatido con valor y heroísmo, pero estaban en retirada, por la abrumadora mayoría de los atacantes en hombres, armas y equipos. Por la calle Jacinto de la Concha llegamos a la calle París y por ésta nos dirigimos hacia la avenida Duarte, y ahí percibimos por las distintas explosiones de disparos de diferentes calibres, las posiciones de nuestros combatientes que estaban en la avenida Duarte y al oeste de la misma y las fuerzas del golpista Wessin están al este de la avenida Duarte. Por la Duarte intentamos llegar a la avenida Teniente Amado García Guerrero para unirnos al frente de combate, pero somos sorprendidos por el fuego de las tropas golpistas desde la avenida Amado García con avenida Duarte, por lo que tenemos que devolvernos, no a la París, sino a la calle Francisco Henríquez y Carvajal, porque había tanta gente que no pudieron cruzar la Duarte y estaban en la acera oeste de la misma que Caamaño, exponiéndose, ordenó que bajáramos hasta la esquina inmediata que es la calle Francisco Henríquez y Carvajal, adonde llegamos desordenadamente bajo fuego. Hubo algunos heridos, nos reagrupamos al este de la avenida Duarte, mientras Caamaño ordenó a un pequeño grupo que disparara hacía la Teniente Amado García desde ambos lados de la avenida Duarte. Estando ahí se nos unieron el coronel Gerardo Marte Hernández, el mayor Fabio Chestaro; un viejo conocido a quien veo por primera vez en años, y algunos combatientes civiles y militares armados de fusiles y algunas escopetas, cientos de mujeres, hombres, jóvenes y hasta niños, algunos armados de machetes, varillas, tubos, piedras y otros objetos contundentes. Caamaño hizo una evaluación rápida y somos alrededor de 90 combatientes con armas largas. Se está peleando y se nos informa que eran tropas de infantería que avanzan por la avenida Teniente Amado García, cubren las calles Ana Valverde y París, pasando la avenida Duarte. Los tanques de guerra venían pero que no habían cruzado el puente todavía. Con la infantería golpista venían carros de asalto, camiones artillados y vehículos de transporte. En ese momento no había ataques de la aviación, uno o dos en el aire más bien observando. Estábamos entre la Duarte y la calle José Martí, más cerca de la avenida Duarte. La multitud pedía armas, Caamaño se subió en los restos de un automóvil Volkswagen quemado y dirigiéndose al gentío, a viva voz, por encima de las detonaciones del cercano combate y el ruido de los aviones, les dijo: “¡Las armas las tiene el enemigo y tenemos que quitárselas!”. La multitud que crecía cada vez más, le interrumpió gritándole en medio de las balaceras cercanas, que ellos no podían quitárselas porque no sabían pelear. Caamaño les contesta: “Nadie en la República Dominicana sabe pelear. Los que nos atacan al igual que ustedes es la primera vez que pelean. ¡Así que prepárense que vamos a quitarle las armas!”. Caamaño saltando de los restos del vehículo me ordena que suba a la azotea del edificio de la esquina noreste que era una tercera planta, porque había un gran número de informaciones contradictorias y que observe el movimiento de las tropas golpistas en la avenida Teniente Amado García Guerrero y le informe. Al llegar a la tercera planta hay una puerta para llegar a la azotea cerrada, y no se pasar desde el balcón a la misma. Le grito desde arriba para informarle la dificultad, subieron rápidamente el profesor Ilio Capozzi y el raso B.Z. Antonio Manzueta, quienes me ayudaron a subir a la azotea y luego ellos mismos subieron con suma facilidad. Desde arriba le expliqué a gritos a Caamaño, que las tropas del golpista Wessin ocupaban desde el puente hasta pasada la avenida Duarte donde se estaba combatiendo. Avanzaban camiones y otros vehículos desde el Este. No se ven ni se escuchan tanques de guerra ni otros vehículos blindados, se escuchaban numerosas explosiones y había decenas de incendios incontrolados. Desde arriba noto que se vienen acercando gente y algunos militares por casi todas las calles, la mayoría de las mujeres y hombres no tenían armas de fuego. Esto tomó menos de cinco minutos y al bajar les dimos otras informaciones. Capozzi le afirma que el ataque es profundo, pero muy débil en sus flancos (en los lados) y que podíamos cortarlos por lo menos en tres puntos. Con información actualizada Caamaño reunió a los oficiales presentes: Montes, Marte, Chestaro, Capozzi (ex capitán de la GESTAPO)  y yo. Y decide la ofensiva a seguir inmediatamente, que consistía en: atacar con un pequeño grupo de hombres armados de fusiles desde unas alturas al sur del puente, cercanas a la ría del Ozama, para impedir el cruce del mismo por la infantería del golpista y genocida Wessin a la ciudad de Santo Domingo. Montes, con un grupo de unos veinte hombres armados de fusiles atacarían en la avenida Teniente Amado García con calle José Martí para partir ahí la columna que avanzaba y quitarle presión a los combatientes nuestros que combatían retirándose y Caamaño con el resto de los hombres armados de fusiles avanzaría hasta la avenida  Josefa Brea con calle París, donde esperábamos encontrar el mayor número de tropas del CEFA, para cortar de nuevo la columna atacante y enfrentar a las tropas golpista que habían ocupado edificios altos al norte de la cabeza oeste del puente, la incineradora, edificios Aybar y otros. Se ajustaron algunas consideraciones y rápidamente nos movemos hasta la calle José Martí desde ahí vimos el panorama de llamas y humo al norte de la calle Francisco Henríquez y Carvajal. La calle París no se veía por lo bajo y denso de la humareda, Mucho menos la avenida Teniente Amado García Guerrero. Avanzamos dentro de humo hasta la calle París, sin entrar en combate, porque el humo solo nos permitía ver delante de seis a diez metros, ni que nos vieran a nosotros los golpistas. En la esquina suroeste Caamaño y sus oficiales nos metimos en una pobre galería esquinera de bloques intercalados, y a través de los huecos tratábamos de mirar tanto hacia la calle París como a la avenida Teniente Amado García. Gente nueva se arremolinó en la esquina alrededor de la galería. Caamaño le ordena al mayor Fabio Chestaro que escoja cinco hombres armados de fusiles con suficiente cápsulas y que se traslade a la parte sur de la cabeza del puente y que atacara a discreción y cortara el paso de tropas a pie o en vehículos. Vi a Chestaro alejarse rápidamente entre el humo por la calle José Martí hacía el sur con sus  cinco militares y decenas de civiles entre ellos varias mujeres con entusiasmo, alegría y la esperanza de conseguir un fusil del enemigo o de uno de los militares nuestro que cayera, para combatir a las odiadas tropas golpistas de San Isidro. Caamaño está poniendo a punto las decisiones que había tomado ya, dentro del frente de batalla, actualizando la información, alguno de los nuestros estaban disparando,  entre la multitud que nos rodeaba en la esquina, una mujer, con edad entre 25 y 30 años, con un pelo claro, crespo en desorden, piel clara y un vestido amarillo ensangrentado en el abdomen, se paró frente a nosotros y nos gritó en medio de los ruidos tremendo de la guerra: “¡Decídanse rápido, que nos están matando!”. Entonces Caamaño reaccionando le grita: “¡A su orden coronela!”. Teníamos ahí agachados unos dos o tres minutos que a mí me parecían dos o tres horas, porque nunca había estado en combate por tierra, los proyectiles y fragmentos chocaban y silbaban alrededor de nosotros, entendía que al atacarlos les íbamos a neutralizar el fuego y los íbamos a derrotar. En medio de las humaredas, mientras ensordecen los tiroteos, las explosiones y los proyectiles pican y zumban en paredes y fachadas, rodeado de mujeres y hombres, decididos y valientes, la mayoría tirados al suelo, en espera del contra ataque, siento menos miedo del que esperaba tener. Caamaño ordenó el inicio del ataque. La mujer de amarillo seguía junto a nosotros, contentísima, ahora que comenzábamos a movernos, detrás de nosotros en la calle José Martí había cientos de personas moviéndose a rastras o tiradas en las calles, los heridos y posiblemente los muertos eran llevados a las casas de cemento que no estaban en llamas. Al ras del suelo se respiraba mejor, envueltos en el humo de los numerosos incendios provocados por los aviones genocidas de la Fuerza Aérea Dominicana, la artillería terrestre y naval, comenzamos a disparar en la misma esquina José Martí con París para permitir el cruce a saltos del grupo de Montes, que le tocaba dirigirse por la calle José Martí y combatir para cortar la columna atacante en la avenida Teniente Amado García Guerrero. Los primeros cuatro que cruzan la calle París toman posiciones y comienzan a disparar hacia el norte y hacia el este, con la algarabía de la mujer de amarillo, los vecinos del lugar y cientos de personas. Las calles estaban llenas de obstáculos, restos de viviendas y vehículos, cables y múltiples objetos. El grupo de Montes entró combatiendo al norte por la calle José Martí hacia la avenida Teniente Amado García Guerrero, entre humareda y obstáculos. El grupo de Caamaño, que era el mayor, cruzamos la calle París y por su acera norte nos fuimos hacía el este, seis o siete militares y un grupo grande de civiles avanzaba por la acera sur de la misma calle y la misma dirección. Detrás vienen cientos de civiles mal armados. Avanzamos combatiendo en ocasiones arrastrándonos por las aceras que eran irregulares, pues habían sido construidas por los dueños de las casas e iban debajo del nuevo nivel de la calle, que había sido rellenada a una altura de medio metro en algunos tramos. En la punta iban dos hombres ranas, Capozzi y yo. Detrás venían Caamaño, Marte y unos sesenta militares, la mujer de amarillo, un gran número de gentes de nuestro pueblo, armados de piedras, palos, tubos, cuchillo, machetes, tijeras y otros objetos. Las personas que no habían abandonado sus casas, mujeres, hombres y niños con gran entusiasmo nos saludaban  al vernos pasar. Caamaño en todo momento mantuvo la dirección militar y no perdía oportunidad de arengar a la gente que nos rodeaba. Esto incitó desde el principio a que el pueblo se mantuviera cerca del combate. Desde que salimos de la calle José Martí por la  París fue combatiendo, nos acompañaba un griterío enorme de la multitud y los pobladores, eran gritos colectivos de alegría y para botar el miedo ante el hecho de que había sido detenido el avance de los odiados guardias del golpista Wessin y estábamos retomando el terreno que esos militares habían tomado. La bulla enorme del pueblo, era un estruendo en todo el sector, por encima de los disparos, las ráfagas y explosiones de los combates. Se convirtió en un factor que intimidó a las tropas del golpista y genocida general Wessin, y estimuló aún más a los combatientes constitucionalistas. ¿Quién era capaz de flaquear ante un entusiasmo tan pleno de nuestro pueblo?  Mientras avanzábamos adentrándonos en el campo de batalla, entre los numerosos objetos dispersos en las calles, encontrábamos cadáveres recientes, algunos destrozados. Al llegar a la esquina de la calle Juana Saltitopa con París, voy a gatas junto a las casas siguiendo el ejemplo y el consejo del veterano Cappozzi a mi lado. Caamaño cae encima de mí y me tumba. Pensé: “¡Le dieron!”. Nos paramos rápidamente, con algunos raspones. Había muchos disparos y muchas bajas, sobre todo en la población por su enorme entusiasmo y completa inexperiencia. Barrimos con ráfagas hacia el norte y cruzamos la calle a saltos y continuamos avanzando pegados a las casas. Cuando llegamos en medio del avance combativo a la calle Doctor Betances, Caamaño nos advierte: “Tengan cuidado al llegar a esa esquina, que el grueso de las tropas está en la otra esquina”, y señala hacia el norte. Se refería a la esquina formada por la avenida Teniente Amado García Guerrero y la calle Doctor Betances, donde tropas del golpista y genocida Wessin ocupaban la escuela Perú en la esquina noreste y habían acumulado en la misma, equipos de guerra e improvisado un hospital, donde llevaban sus heridos. Y atacaban a todo el que le pasaba cerca. Había menos humo en esa área, lo que hacía mucho más peligroso nuestro avance, pero no hubo dificultades en cruzar esa calle, la pasamos también a saltos, con mucho mayor cuidado, pero rápidamente. Después que hemos cruzado entran a la calle París desde la parte sur de la calle Doctor Betances un grupo de alrededor de 15 militares de la Marina, vestido de ropa azul, de trabajo o faena,  todos con fusiles y una ametralladora calibre 70 que la disparaban apoyándola en el suelo. Estos marinos habían combatido momentos antes con numerosos fuegos de ametralladora pesada y fusiles automáticos la escuela Perú y sus inmediaciones, lo que facilitó nuestro paso por esta calle. Luego avanzamos conjuntamente con ellos, casi sin disparar hasta la calle Josefa Brea esquina calle París, donde nos alcanzó otro grupo de marineros de azul y algunos uniformes de color kaki con fusiles y otra ametralladora calibre 70. Se reunieron alrededor de 30 a 35 y la gente les ayudaba a cargar las cintas de las balas y las ametralladoras. Nosotros nos protegíamos junto a las casas, pero estos marineros, los que manejaban las ametralladoras y numerosos civiles; hembras y varones, peleaban en el medio de la calle, hacían el fuego y batían las áreas de las tropas de infantería de Wessin. Como sus ametralladoras eran armas para ser disparadas desde bases fijas, el retroceso los hacía recular. Junto a estos marineros también en la calle iba el periodista Luis Reyes Acosta. Ya había dos marineros heridos. Llamo a Luis a quien conocía desde hacía años y le digo: “Luis te van a matar ¿Qué haces en el medio de la calle?” Me contestó que estaba con los marineros realizando su trabajo de reportero en ese combate para el periódico Listín Diario. Tenía libreta, lápiz y un enorme entusiasmo. Luis saluda a Caamaño, quien le aconseja, de manera risueña, que las balas no van a entender que él sea reportero o combatiente. Luis se mantuvo alrededor de Caamaño durante un rato y se informó con nosotros de los pormenores del combate y nos informó que los marineros eran de la tripulación de un barco de la Marina de Guerra que fue abandonado por sus oficiales estando anclado en la ría del Ozama, con algún desperfecto, en las cercanía del puente Duarte y habían estado atacando a la aviación que bombardeaba y ametrallaba en las inmediaciones. Cuando la aviación atacó el barco que estaba inmóvil, los marineros sacaron de la nave las armas que pudieron y siguieron luchando. Luis se alejó de nosotros y más tarde vuelvo a verlo junto a los marinos de azul a la derecha de nosotros mientras batían la incineradora y el edificio Aybar, donde se encontraban tropas de Wessin.
En una casa de cemento, porque también hay muchas casas de madera, en la esquina norte de la calle París con la Josefa Brea, Caamaño instaló su centro de mando. Hacia el este nos queda un triángulo formado por las calles Josefa Brea, París y la Teniente Amado García Guerrero, que era un terreno vacío con excepción de una enramada pequeña techada de cana, que era un depósito de sacos de carbón, junto a la cual había algunas carretas y un mulo o mula amarrado muy inquieto. Desde aquí organizamos un grupo de mensajeros entre la población para que fueran donde Montes, Chestaro y nos mantuvieran en contacto con los marinos de azul que eran combatientes casi autónomos  y se habían alejado por la Josefa Brea hacia el sur para combatir desde esa área. Los habitantes de esa casa se habían ido, dejándola abierta y en la  cocina encontramos la comida del mediodía  en calderos aún sin servir. Nosotros no avanzamos más allá de esa casa. Un poco más adelante de la esquina había un hombre negro con camisa blanca que había llegado junto con nosotros y estaba disparando con una carabina Cristóbal; en un momento el combatiente tiene algunos problemas para disparar y yo, que estoy detrás, lo llamó pero no me hace caso. Le digo a uno de los hombres ranas que lo ayude, me doy cuenta que no me hace caso a mí porque estoy vestido de civil con mi camisa blanca mangas cortas. El hombre rana me informa que al combatiente se le habían acabado las cápsulas, ¡pero este lo que hace es que tira la carabina, que es recogida inmediatamente del suelo en un molote, salió huyendo y reapareció tiempo después con un fusil FAL!
 Desde la casa, Caamaño combatía con su fusil AR-10 traído por él de Estados Unidos y dirigía la batalla. Los combatientes armados, desde fusiles automáticos hasta piedras, se acercaban constantemente a él en busca de instrucciones de guerra y él los organizaba con uno o dos de los militares que estaban a su alrededor con un número mayor de civiles armados y desarmados, mujeres y hombres en mayor cantidad, y les daba instrucciones para que cumplieran diferentes objetivos y funciones de guerra, lo cual resultó muy efectivo para que los militares fueran instruyendo en medio de la batalla a los civiles, mientras seguían desalojando y venciendo las tropas de Wessin, pues no había tiempo ni lugar para dar instrucciones sino disparándole directamente al enemigo. Se capturaban fusiles, se instruía sobre los mismos y así se aprendió, sobre la marcha, la guerra y su organización táctica. Ahí en esa batalla, que duraba tres días, es donde se hermanan civiles y militares constitucionalistas y donde Caamaño llamaba al responsable de los mismos, como comandante. En la organización de esta batalla surgen los comandantes y los comandos. Pasamos varios con Caamaño al patio de la casa que era bastante largo y tenía una cerca de cinc viejo de unos 30 metros más o menos junto a la calle Josefa Brea. Desde los hoyos en el cinc mirábamos desde el suelo, la esquina con la avenida Teniente Amado García hasta todo el terreno despejado que quedaba al este de nosotros. Numerosos soldados del golpista Wessin se retiraban por esa calle y comenzamos a hacerle fuego y cortamos su retirada. Era tanto el fuego que yo hacía, que Ilio Capozzi que disparaba al lado mío me señala que la madera guarda mano que cubría el cañón de mi fusil G-3 estaba humeando. Deje de disparar y me quedé tendido en el suelo. Tenía 27 años de edad y en dos ocasiones anteriores me habían disparado, pero hasta hoy, nunca le había disparado a un ser humano. El combate comenzó a decaer en esa área, Capozzi se arrastró hasta la casa y volví a disparar con un ritmo más lento y cuidadoso. Capozzi me llamó desde la casa, estaba en la cocina. Habían bajado mucho los disparos de combate, pero de todas maneras me arrastro hacía la casa. Capozzi tenía abiertos los diferentes calderos, y me dice: “coma”  le contesto que no tengo hambre. Lo que tengo es un nudo en el estómago, él insiste: “Usted se va a enfermar si no come, en la guerra es importante comer”. Es arroz, habichuela, carne, ensalada y algunas frituras. Capozzi puso eso en un recipiente grande y lo mezcló todo, sirvió un plato y me lo pasó con una cuchara. Me dio trabajo comer de aquello, pero lo logré. Llamó a varios, sobre todo hombres ranas y le dio a cada uno la misma porción de comida, le llevé un plato a Caamaño, tomó un bocado y lo pasó a Marte Hernández, cuando les dije que había más comida, le dijo a Marte Hernández: “Ve busca la tuya”. No había comida suficiente para tanta gente, muchos no se interesaron, al igual que a mí, la emoción del combate se lo impedía. Dejé comida y Capozzi la envolvió en un papel grueso y me lo pasa diciéndome: “Éntrela en el bolsillo, cómasela después”. Me sentí mejor después de comer algo a la fuerza. La tensión, la terrible emoción de matar o morir y hacerlo contra otros también hijos de Dios y el enorme esfuerzo físico de un combate; mi primer verdadero combate, casi agotan todas mis energías físicas y mentales, sin darme cuenta había estado al borde del desmayo. En medio de la batalla, algunas personas oían por radio de baterías a Radio Televisión Dominicana que era la única emisora que transmitía en la ciudad de Santo Domingo y que informaba al Movimiento Constitucionalista en todo el país, nos informaron que hacía rato que ésta ya no estaba transmitiendo. Creímos que los ataques aéreos podían haberla dañado.  
     En medio de los combates, mujeres y hombres, jóvenes, niños y viejos participaban con gran entusiasmo en contra de los soldados del golpista y genocida Wessin. Noté un gran odio contra esas tropas y todo lo que ella significaba, agravado por los casi tres días de bombardeos, metrallas de los aviones asesinos que mandaba y ordenaba Wessin desde la seguridad de la base militar de San Isidro. Si un soldado de Wessin se metía para protegerse en un callejón, lo mataban y salían con el fusil. El rencor era notorio entre los combatientes, el público y los vecinos. Caamaño gritaba: “No, no lo maten” pero no le hacían caso ni a él ni a nadie; lo mataban rápidamente, le quitaban todo lo que pudieran usar en la guerra. Si uno de nuestros combatientes armados de fusil era herido, había más de diez que trataban de arrebatarle el fusil para seguir combatiendo. Hubo numerosos conflictos por las armas de guerra, aunque muchas veces no sabían usarla y en medio del combate había que enseñarlos.
Los combates perdieron intensidad rápidamente, nosotros éramos alrededor de 60 armados de fusiles al inicio y luego capturando fusiles aumentamos a 400 o más. Ellos eran varios cientos, varias compañías de infantería especializada, con artillería, con una línea de abastecimiento mecanizada, fusiles y otros armamentos. Entendíamos que las tropas de Wessin estaban entre 1,200 y 1,500, pero algunos decían que había más de 2,000. Suspendieron los ataques aéreos y de artillería, y estas fuerzas de infantería entraron en combate con cañones y bazucas sin el apoyo de tanques de guerra. Los aviones que volaban en la cercanía, no hicieron ningún ataque.
Alrededor de las 14:00 horas, cuando el ataque de los soldados de Wessin había sido destrozado y la mayoría de esos soldados había muerto, los que quedaban solamente resistían en la escuela Perú y sus alrededores, donde habían quedado aislados y en altos edificios al noroeste del puente Duarte. Los demás que no podían cruzar por el puente que era batido por el fuego del comando del mayor Chestaro y de los marinos militares vestidos de azul y por nosotros, se retiraban desordenadamente hacia una zona baja hacia la ribera de la ría Ozama, donde tomando posiciones, peleando a lo desesperado, nos hicieron numerosos heridos y muertos y no podíamos desalojarlos. Caamaño ordenó que a las tropas golpistas que estaban en la cercanía de la orilla del río, fueran tiroteado sin tratar de arrollarlos.
Llegó por la calle París un grupo de unos treinta militares y varios cientos de civiles armados con fusiles y sin fusiles, al mando del mayor Juan María Lora Fernández E.N. y el teniente Elías Bisonó Mera E.N. con los cuales habíamos perdido contacto cuando salimos a buscar las fuerzas militares en la calle Galván y el parque Independencia, y luego al llamado por Radio Televisión Dominicana del presidente Molina Ureña a la Embajada de Estados Unidos. Nos enteramos en ese momento que eran ellos los que habían estado enfrentando el ataque de infantería del golpista y genocida Wessin desde que se inició. Intercambiamos impresiones e informaciones.
Montes y las fuerzas bajo su mando habían dividido rápidamente a las fuerzas  del golpista Wessin en la esquina de la avenida Teniente Amado García Guerrero con calle José Martí. La vanguardia golpista atacante quedó aislada y aunque combatieron entre dos fuegos, fue aniquilada. Caamaño ordenó a Montes Arache que ocupara la escuela Perú.
 Cuando recibieron la orden del coronel Caamaño de atacar y tomar la escuela, la resistencia de los sitiados, fue tan fuerte que impidió tomarla. Pasó lo siguiente: Montes se fue a la avenida Duarte y envió al sargento mayor B.Z. Isidoro Quezada Tiburcio M.de.G. su segundo al mando en su grupo, con los también hombres ranas sargento Rodríguez Perdomo, Gregorio Vidal, Alberto Coste Leonardo, Alfredo Rosario Acosta, Plinio de León, Rafael Noboa, Ulises Jiménez Melo y otros, con decenas de civiles armados de fusiles y muchos más civiles desarmados, lo cuales tomaron por la calle Ana Valverde al norte de la avenida Teniente Amado García Guerrero y debían dirigirse tres esquinas al este hasta la calle Doctor Betances para atacar lateralmente la escuela Perú, la que debían tomar por asalto. Se acercaron protegiéndose entre los patios de las casas, donde encontraron numerosos cadáveres. Se concentraron en una casa cercana, los descubren y son atacados tan violentamente que tienen que retirarse desordenadamente dejando militares y civiles atrás, escondidos en casas y patios. Cuando Caamaño se enteró de este fracaso, que habían decenas y quizás cientos de militares de Wessin  en la escuela Perú y sus alrededores, armados con fusiles automáticos, bazucas, ametralladoras ligeras y pesadas,  reorganizó rápidamente un nuevo ataque con todas las fuerzas constitucionalistas que había en la zona. La escuela en la esquina noreste formada por la avenida Teniente Amado García Guerrero y calle Doctor Betances era un edificio grande de madera pintado de amarillo y techado de zinc y en bloques de cemento hasta la alturas de las ventanas, con un amplio patio trasero cercado de bloques de cemento hasta dos metros de altura, con una puerta grande forrada de zinc. Con Caamaño a la cabeza fue atacada masivamente por los dos frentes que daban a las calles, con todo el poder de las armas que poseíamos, la resistencia tenía la firmeza de la desesperación y nos hicieron rápidamente numerosas bajas. Las tropas golpistas de Wessin ocupaban y se defendían desde algunas casas laterales a la escuela. Caamaño ordenó atacar con bombas molotov que teníamos preparadas en varios cientos como armas anti-tanques, incendiamos la escuela y dos casas vecinas y atacamos simultáneamente con granadas de manos, los combatientes contrarios que pueden se retiran a través de patios circundantes, abandonando la escuela que se destruía y en unos 20 minutos. La escuela Perú es tomada. Se capturan armas, un carro de asalto quemado, camiones y una ambulancia. No se hicieron prisioneros, algunos pudieron escapar atacando hacia el este, porque por el norte en la calle Ana Valverde estaba combatiendo el mayor Lora Fernández con un grupo numeroso.  Tomada la escuela Perú y anulada la resistencia en la misma, volvimos a la casa de concreto de la calle Josefa Brea con calle París, donde llegaban los mensajeros y las informaciones y de donde Caamaño siguió dirigiendo la batalla. En esos momentos los que más disparan son los marinos de azul con sus ametralladoras de gran calibre, contestando el poco fuego enemigo que quedaba en la incineradora y edificios cercanos. También se hacían disparos muy numerosos por parte de los combatientes civiles que habían ocupado armas en los combates recientes. Desde esa casa se dominaba un gran espacio, con excepción de la enramada para almacenar carbón y algunas carretas, no había otra obstrucción, y el mulo o mula que pudo soltarse y bajó a galope por la calle Josefa Brea hacia el sur. Nos empeñamos en que no se hicieran disparos innecesarios, pues había que economizar las balas, lo que era difícil porque los combatientes probaban y practicaban con las armas que de manera tan valiente y sangrienta habían  conquistado recientemente.
Había decaído la intensidad de la batalla, se seguía combatiendo en la orilla de la ría, debajo de la cabecera oeste del puente Duarte y sus alrededores. El mayor Lora al norte y el mayor Chestaro al sur.
 A varios cientos de metros de donde Caamaño tenía instalado el comando, no se estaba combatiendo, aprovechamos para dar explicaciones de cómo usar las armas de guerra, pues la mayoría no sabía. Toda el área estaba llena de escombros y cadáveres, los heridos aun no podían trasladarse a ningún centro médico, eran llevados a casas no destruidas donde les prestaban ayuda. Aunque casi no lo notábamos por el ruido de los disparos, nos avisan que vienen aviones y Caamaño dispone que nos traslademos a otro lugar menos expuesto que la casa de la calle Josefa Brea esquina París, la cual no tiene ninguna protección en el sentido de los ataques aéreos desde el este. Combatientes que están en esa zona desde hacía días ya tenían experiencias defensivas ante los ataques aéreos, nos hicieron mover a una casa cercana en la misma calle París, en el lado norte, casi en el centro de la cuadra, de dos plantas, mejor protegida y continúa operando sin interrupción la dirección y el comando de la batalla. Los aviones, en su mayoría Mustang P-51, ametrallan repetidas veces, casi siempre de este a oeste, también impactan con bombas y cohetes, iniciando nuevos incendios. Ocasionan numerosos muertos y heridos, la mayoría entre la población civil no combatiente que menos sabe protegerse. Uno de estos aviones destroza, matando  en el acto al patriótico y heroico Elías Bisonó Mera, único oficial constitucionalista muerto en esta batalla mientras combatía en la calle París. Los ataques de los aviones del golpista y genocida Wessin se hacen ininterrumpidos, cuando unos se retiran con las armas vacías después de haber ocasionando muertes y destrucciones indiscriminadas, otros criminales que estaban en espera, dando vueltas a mayor altura en la cercanía, entran a matar y destruir irresponsablemente. Ahora que teníamos numerosas armas, varios cientos capturadas a los soldados golpistas atacantes, la mayoría dispara a los aviones, sin hacerles blancos aparentemente. Ante el enorme gasto de balas, sin que los aviones dejen de atacar, Caamaño se preocupó y ordenó que economizaran los tiros y que hicieran fuego con mayor cuidado y precisión,  a cada paso de ataque los disparos son múltiples durante todo el recorrido a baja altura del avión. Antes les hacíamos pocos disparos y muchos tiraban piedras, ahora armados, muchos disparos y muchas piedras. Cuando terminó el ataque aéreo que duró entre 20 y 30 minutos, Caamaño traslada el mando nuevamente a la casa de la calle Josefa Brea esquina París y al llegar vemos los tanques de guerra con soldados apiñados encima llegando a la curvatura más alta, al centro del puente Duarte y casi inmediatamente el que venía delante comenzó a disparar su cañón y sus ametralladoras, pero no hay vacilación entre la población que estaba combatiendo y resistiendo, que era no solo de la capital sino de todas las regiones del país. Los que tuvieron alguna dificultad para combatir; como esta batalla estaba en su tercer día, se habían marchado ya. Venía una formación de tanques, cuando comenzaron a bajar la curvatura central del puente y se pusieron al alcance de nuestras armas, le entramos a tiros, primero los más de cien fusiles que ya tenía el grupo del mayor Chestaro y los marinos de azul y luego nosotros, cayeron de los tanques algunos soldados y los que no pudieron devolverse, se protegían detrás de los tanques, algunos quedaron tumbados en el puente. Cuando los tanques estaban llegando a la cabecera Oeste del puente, bajo un nutrido fuego los soldados de infantería que aún les acompañaban, se protegían detrás de los blindados, los tanques vacilaron y se detuvieron, pero volvieron al avance y de pronto los soldados en la distancia parecía que se estaban lanzando del puente, pero alguien dijo que estaban bajando por las escaleras que estaban en los laterales una frente a la otra e inmediatamente se mandó a atacar a esos soldados. Los tanques quedaron sin ninguna infantería, eran muy visibles en este espacio abierto, venían en fila, se abrieron ligeramente para poder hacernos fuego y comenzaron a disparar los delanteros con todo lo que tenían. Un cañonazo dio en la parte trasera del patio, haciendo explosión entre unos metales de una herrería vecina que daba a la avenida Teniente Amado García. Caamaño, ante el avance incontenible de los tanques en áreas abiertas, aconsejado por Capozzi, ordena retirarnos para obligarlos a entrar en las calles y atacarlos con bombas Molotov. Cuando nos estamos retirando, la gente se retira con nosotros, pero pequeños grupos siguiendo las instrucciones, se introducen entre las casas, callejones y patios cercanos a la calle Josefa Brea y a los dos lados de la calle París con bombas Molotov. Nos trasladamos primero a la calle Doctor Betances y luego por la avenida Teniente Amado García que aún no estaba expuesta al fuego de los tanques, a la calle Juana Saltitopa. En esa esquina nos reunimos de nuevo con Montes y Lora Fernández, este último informa que en el ataque aéreo había muerto el teniente Elías Bisonó Mera, a quien conocí a través de su hermano “Juani”. Entre tantos cadáveres sentí una fuerte emoción por la muerte de ese hijo heroico de Villa González, que estando en un alejado pueblo, recién casado, viajó a la capital a cumplir su compromiso con la Patria y a nacer para la historia, como  joven mártir de la dominicanidad y el patriotismo, como tantos ese día, libertario, sangriento y luminoso.
Desde una casa situada casi al frente de donde estamos nos informan que tenían dos cañones. Mandamos a que los traigan y ciertamente son dos cañones Houtsizer calibre 105 milímetros y numerosas cápsulas para los mismos. Más de 30 personas llegaron cargando los cañones y las grandes cápsulas a la esquina. Entre la multitud de civiles y militares que están dando opiniones sobre cómo atacar a los tanques, ninguno conocía el funcionamiento con precisión de estos cañones. Los que los trajeron con sus enormes cápsulas de obuses, dirigidos por un hombre joven, casi blanco, alto, atlético, sin camisa, se comportaban como si las dos piezas de artillería fueran de su propiedad y solo pueden dispararlas ellos, lo que ya habían hecho, pero uno no había podido disparar, según nos explican. Están montados en cureñas sobre ruedas. Caamaño les ordena que preparen el cañón útil en esa misma esquina para dispararle al primer tanque que entre a la avenida Teniente Amado García Guerrero, pasando la calle Josefa Brea. Vimos el primer tanque asomarse por la avenida casi esquina calle Josefa Brea alrededor de 200 metros de distancia de nosotros disparando con ametralladoras. Caamaño le indicó al atleta descamisado que está solo en el disparador sacándole el cuerpo al cañón, con una especie de cordón, que espere que el tanque se acerque un poco más, pero éste, gritándole a la gente que se quite de la parte de atrás dispara el obús que no tocó al tanque. El cañón retrocedió violentamente y se estrella contra la acera opuesta, volcándose, mientras el tanque delantero, que no cruza la calle, gira hacia el sur y comienza a moverse por la calle Josefa Brea. Mientras los servidores recuperan el cañón, nos informan que un tanque viene por la calle París. Nos trasladamos a la esquina de la calle París con calle Juana Saltitopa, el grupo con el cañón, se prepara de nuevo, otros corrigen la puntería y esta vez el tanque que ya ha cruzado la calle Josefa Brea, recibe un impacto bajo  entre la calle y el tanque, que levantó polvareda de tierra roja y humo. El tanque se detiene en el acto y de ambos lados les lanzan bombas Molotov, alcanzando una sola al tanque en la parte alta, incendiándolo  y con esta basta para que abrieran por la parte superior y comenzaran a salir los tripulantes del tanque disparando armas automáticas. Algunos tanques pasan rápidamente por la calle Josefa Brea hacia el sur y nos gritan que otros tanques van en la Josefa Brea hacia el norte. También hay fuego de Molotov en la parte baja del tanque y en la calle junto a él. Alguno de los tripulantes disparó defendiéndose, lo que bastó para que, sin poder evitarlo, todos los tripulantes murieran en combate con la multitud. De los tanques que toman al sur de la Josefa Brea, los combatientes civiles y militares salen a perseguirlos, mientras otros les salen al encuentro con disparos y bombas Molotov. La retirada y dispersión de los tanques causa una bulla delirante entre vecinos y combatientes. Hemos tenido un herido y lesionados por efecto del retroceso del cañón. Hay una multitud alrededor de los cañones y una alegría de locura. La multitud corre con los cañones al hombro junto a nosotros hasta la Josefa Brea buscando tanques para dispararles, cuando llegamos vemos dos tanques al norte, pero cuando el cañón estuvo listo para disparar, han desaparecido.  Hemos roto el terror que se les tenían a los tanques, como máquinas de guerra mortales e invencibles. Se dispersan en retirada por calles llenas de obstáculos, mientras los combatientes corren detrás y les salen de casas y callejones con bombas Molotov y disparando con fusiles. Todos son capturados o destruidos. Se hacen prisioneros en un tanque que fue capturado en la calle Baltasara de los Reyes, en Villa Consuelo y en algún otro. Con algunas escaramuzas más, termina. Ninguno de los  tanques que cruzan el puente pudo volver en retirada.  Así acaba el combate contra los tanques, de una manera inesperada por nosotros; rápida, ridícula y hasta risible a pesar de la tanta sangre derramada por los mejores dominicanos en esta terrible guerra entre hermanos. Solamente quedan soldados del golpista y genocida Wessin atrapados en la parte baja a orillas de la ría, los cuales combaten con la desesperación de quien no puede huir ni rendirse. Caamaño se dirige con todo su grupo, que ha crecido enormemente en mujeres armadas de fusiles y otras formas de armas y hombres, viejos y jóvenes con fusiles, machetes, palos y piedras a los combates en la orilla del río, mientras Montes se dedica también con un grupo a ubicar, localizar y aniquilar a soldados golpistas que están escondidos en casas, patios y callejones, individualmente o en pequeños grupos.
 Eran alrededor de las 5:30 de la tarde cuando hicimos contacto al sur del puente con la ya numerosa fuerza de combatientes armados de fusiles, en número quizá de más de un ciento que dirige el mayor Fabio Chestaro, y cientos armados de otros elementos, que esperan conseguir un fusil. Después de intercambiar informaciones y conocer que las fuerzas de Chestaro hostilizan a las tropas que quedan del golpista y genocida Wessin, agazapadas en terrenos, edificaciones y embarcaciones cercanos a la orilla, mientras otros combatientes al mando del mayor Lora Fernández, los atacan desde el Norte, Caamaño envía varios mensajeros para coordinar ataques desde el sur, oeste y norte a los restos de tropas en fuga. Estando en estas operaciones sin poder arrollar a los que luchan con desesperación, comenzó a oscurecer y lo soldados rodeados comienzan a recoger botes y yolas, la gente nos grita que hay que acabarlos, que se nos van a ir cuando se haga de noche. Se aumenta la presión combativa sobre ellos, pero no podemos avanzar, en medio de una gran balacera, donde nos ocasionaban muertos y heridos. Un pequeño bote sale a cruzar el río a remos, casi todo el fuego se concentra en él. El segundo bote que intenta salir también es destruido, los restos bajan lentamente por el río. El tercero, más al norte puede alejarse mientras Caamaño grita una orden a toda la parte sur: “¡No disparen!  Enemigo que huye, puente de plata”, lo que repite varias veces, pero lo obedecen a medias, de diferentes partes siguen disparando a los pequeños botes en que huyen. Antes de que se haga de noche vemos a numerosos guardias derrotados, que tratan de cruzar el río a nado y ayudándose con cosas que flotan. Caamaño insistió en que no le disparaban a los que cruzan el río Ozama como pueden, manda militares para que vayan a detener ese fuego, el tiroteo continúa, bajando de intensidad hasta casi desaparecer, a medida que se hace de noche. Luis Reyes Acosta se va con los militares que  ordena dirigirse a la margen de la ría Ozama. Comenta Caamaño: “Ese joven es muy valiente, se ha convertido en un verdadero reportero de guerra. Es el único periodista que está en la batalla”.
    Llega la noche y Montes, Lora y Chestaro, son reunidos por Caamaño cerca del puente, en casi total oscuridad, no hay energía eléctrica en toda la zona. Ya casi no se está hostilizando a las tropas que huyen, pero se oían disparos en todos los alrededores. Caamaño da instrucciones al mayor Chestaro que traslade su comando a la calle Josefa Brea esquina calle París, que mantenga vigilancia en toda la parte sur del puente hasta el río. A Lora Fernández que se traslade a la calle Doctor Betances esquina Samaná y desde ahí mantenga vigilancia y control sobre la parte norte del puente Duarte y toda la orilla de esa parte del río. Caamaño, su Estado Mayor y numerosos combatientes nos dirigimos por la calle París tropezando con los escombros en la oscuridad donde no hay incendios, hasta la avenida Duarte, desde ahí con las luces de algunos automóviles se ven cadáveres semidesnudos hacia la avenida Teniente Amado García y más allá. Al saberse que Caamaño está en la avenida Duarte con calle París se comienzan a reunir numerosos combatientes civiles y militares y numerosas personas que apoyan el esfuerzo de guerra y simpatizan con el Movimiento, al poco tiempo hay una multitud que llena la avenida. A pesar de estar entre cadáveres y escombros, toda la multitud está jubilosa, contraste que puede notarse cuando algún escaso vehículo con sus luces rompe la oscuridad. Caamaño les propone que hagan fogatas en las calles mientras les dice que hemos derrotado de manera completa y aplastante a las fuerzas del general golpista  y genocida Elías Wessin y Wessin, cosa que la mayoría de los presente sabía, pero provocó una algarabía que en el silencio de la ciudad, debe oírse a  kilómetros. También les dice sentir el dolor por la muerte de miles de dominicanos en la batalla. Esta victoria del pueblo en su lucha contra sus opresores golpistas, por la dignidad y la vuelta por la democracia, la más sangrienta de toda nuestra historia, tiene que ser en beneficio de todos los dominicanos. Les pide que reúnan a los muertos de San Isidro fuera de los escombros para el día siguiente y a nuestros muertos, a los que se les dará sepultura desde mañana temprano en el cementerio de la avenida Máximo Gómez. Los hospitales y las clínicas de la zona están abarrotados con miles de heridos, pero la victoria y el triunfo era nuestro,  tenemos asegurado el control militar de toda la República Dominicana y estará aquí de regreso muy pronto el presidente Juan Bosch. Otra algarabía. Caamaño informa al capitán de fragata (teniente coronel) Montes Arache de algunos asuntos y lo deja al mando de todos los combatientes, con el mayor Lora Fernández y el mayor Chestaro como sus segundos, advirtiéndoles que tuvieran cuidado en no tener dificultades con los combatientes civiles, que no tenían disciplina militar. Él, como no hay ningún tipo de comunicación, irá a buscar al Presidente Molina Ureña y al teniente coronel Hernando Ramírez, para informarles al detalle de esta victoria total sobre los golpistas que ellos deben conocer, sobre la única oposición militar al retorno del presidente legal de la República, señor Juan Bosch. Para que el Gobierno actúe rápidamente aprovechando este triunfo tan sangriento a favor del pueblo que lo hizo posible, y el Gobierno ocupe esta noche o en la mañana temprano de nuevo el Palacio Nacional.
De la batalla ya solo se oyen disparos y no muchos por la zona del río. Se escuchan diez o doce disparos por minuto y ninguna explosión fuerte. Durante casi toda la tarde se escuchan cientos de tiros por minutos y en ocasiones posiblemente miles, y las grandes explosiones de los ataques aéreos, cañonazos desde la orilla este del río Ozama y los cañonazos de buques de la Marina, muy erráticos, dirigidos y ordenados por quien hasta ese día en la mañana había sido nuestro compañero de lucha, ahora traidor y genocida el comodoro Francisco Rivera Caminero. No se oyen cañonazos ni otras grandes explosiones, no hay un solo avión ni helicóptero en el aire. Los numerosos incendios en un cuadro de algo más de dos kilómetros de este a oeste, y un poco menos de uno, de norte a sur, se han extinguido o se están extinguiendo por sí mismos, mientras la falta de viento despejó las calles del denso humo de horas anteriores. Hacía más de dos horas y media que la batalla había finalizado, con una derrota aplastante a las fuerzas militares del golpista y genocida general Elías Wessin y Wessin. Fue la culminación de una batalla muy desigual, en sus inicios de este día 27 de abril (su tercer día) eran menos de doscientos fusiles, dos ametralladoras de calibre 70 milímetros y dos cañones calibre 105 milímetros (uno inutilizable), contra más de mil doscientos fusiles, decenas de aviones de combate y bombarderos; tanques de guerras, en dos decenas cruzan el puente, artillería terrestre y naval.
Desde el inicio del contraataque a las fuerzas de Wessin, armadas con los elementos más modernos, nunca antes usados en una guerra en nuestro país, me moví por casi todo el frente de combate y hablé o vi a miles de mujeres y hombres, la mayoría para mí desconocidos y no vi en parte alguna mandando,  combatiendo o apoyando al esfuerzo de guerra, a ningún dirigente alto o medio de partido, movimiento o agrupación política, a quienes conocía en su mayoría. Ninguna institución política estuvo representada como tal en el combate del puente Duarte. Ahí luchó el pueblo, por la vuelta de la dignidad, la legalidad, la Constitución de 1963 y el regreso a la presidencia de Juan Bosch. La batalla del puente Duarte es la más sangrienta de la historia nacional, donde murieron entre 3,500 y 4,000 dominicanos. Fue la batalla que determinó todo lo que sucedió durante la gesta de abril de ahí en adelante.
La gran diferencia es una sola: nosotros tenemos la razón y el apoyo del pueblo dominicano, representado en las mujeres y hombres más valientes de todo el país y los heroicos vecinos de esa zona de Santo Domingo, que deciden quedarse y luchar. Cada baja de las tropas golpistas es una pérdida completa, nadie puede cruzar el puente para sustituirlo y nosotros ganábamos un fusil. Cada baja de las tropas constitucionalistas era sustituida inmediatamente por un nuevo combatiente a quien solo había que  enseñarle a disparar, en el curso del combate. El pueblo  combate con redoblado entusiasmo y captura posiblemente el ciento por ciento de las armas, arrebatadas a sangre y fuego a los soldados del golpista y genocida Wessin. Porque en los combates del puente Duarte la población está dispuesta a coger no solo los tanques, que los captura todos, sino cualquier tipo de máquina de guerra  que le enfrente en las ensangrentadas y destruidas calles de Santo Domingo. Es tal el heroísmo sin importar el sacrificio, una euforia en la lucha nacida de un odio a los golpistas y todo lo que ellos representan. Nuestro pueblo, que ha sido humillado y maltratado siempre, conquista esa tarde con grandes sacrificios y heroicos esfuerzos,  su dignidad y su libertad perdidas.

Son casi las 20:00 horas cuando Caamaño acompañado por Marte y por mí, decide llegar en medio de la oscuridad a la calle Canela esquina Pina donde había acordado encontrarse con el enfermo teniente coronel Hernando Ramírez. Nos separamos de la multitud de combatientes que comienza a disgregarse y caminamos  unos 50 metros hacia el sur por la avenida Duarte, mientras vemos algunas fogatas y otras que se inician en medio de manifestaciones de júbilo con voces altas. No tenemos vehículo propio, porque Marte Hernández había mandado a un sitio seguro el auto Hilman Imp de Caamaño, -nos jugamos la vida, pero guardamos nuestros automóviles-, esperamos que algún vehículo de los pocos que hemos visto pueda llevarnos a donde está Hernando Ramírez. Por la avenida Duarte sube un vehículo de sur a norte, el cual paramos, y felizmente yo conozco al que iba sentado junto al conductor, que es el señor Pérez, médico o enfermero de nacionalidad española, afable, simpático, que trabaja en una clínica en una segunda planta en la esquina formada por avenida Teniente Amado García Guerrero y calle Hermanos Pinzón. En ese sitio trabaja uno de los dos médicos legistas del Distrito Nacional y como subjefe del escuadrón Contra Homicidios de la Policía Nacional, yo frecuentemente tengo que buscar al médico legista para levantar cadáveres. El señor Pérez  transporta en la parte trasera del auto varias cantinas para llevar comida a un grupo de combatientes. Les presento al coronel Caamaño y al teniente coronel Marte Hernández y les digo que necesitamos ir al parque Independencia, pero él no está por hacernos ese favor, quizás ni se había dado cuenta quién era Caamaño, aunque está participando de la heroica hazaña que él ha dirigido. Él dice que tiene que llevarles la comida a sus muchachos, como les llama a un grupo de combatientes, no quiere hacernos el favor y le digo con firmeza: “¡Usted va a llevarnos ahora!”, mientras abro una puerta trasera tropezando con cantinas llenas de comida y Marte y Caamaño también se montan acomodando las cantinas sobre las piernas y entre los pies, la boca se me hace agua con el olor a comida. Después de evadir algunos obstáculos doblamos en la calle París a la izquierda, doblamos a la izquierda en la calle Abreu donde ya no hay tantos destrozos. Vamos hablando entre nosotros mientras el señor Pérez se mantiene en silencio, notamos que al alejarnos cinco o seis esquinas de la avenida Duarte la gente desaparece de las calles, que están totalmente a oscuras, pero tampoco hay ninguna puerta ni ventana abierta. Esto nos sorprende porque creíamos que la población en mayor o menor medida, estaba celebrando la derrota completa de las fuerzas militares del golpista y genocida Wessin. Como hemos visto se está celebrando la victoria en la parte Norte de los barrios Borojol, Villa Francisca y la parte Sur de Mejoramiento Social y Villa Consuelo, pero al cruzar por el barrio de San Carlos no se ve un alma en las calles y todas las casas completamente cerradas. Llegamos a la calle 30 de Marzo esquina Abreu, el señor Pérez por fin habló, y fue para decirnos: “Voy a llegar hasta aquí, ustedes están cerca del parque Independencia”, nos desmontamos y le dimos las gracias. Continuamos a pie en la oscuridad en la calle por su lado derecho, más adelante hay luz del mismo lado, antes de llegar a la calle Manuel M. Castillo, en la penúltima edificación, está la puerta frontal abierta, primera y única puerta abierta que encontramos, fuera del área de la batalla y junto a la calle, al doctor Marcelino Vélez Santana, conocido por Caamaño; que habían sido oficiales en la Marina de Guerra, y por mí, que le conocía desde que él vivía en la avenida Bolívar, frente a la calle Doctor Báez, al lado de mi tercera madre Erasteide Guerrero de Paniagua y yo era novio de su sobrina, Melba Vélez Messina, de La Romana, quien nos pregunta: “¿Y qué hacen ustedes en la calle?” Cuando Caamaño le responde que venimos del puente Duarte de derrotar a las fuerzas de Wessin, se muestra incrédulo, ante lo cual Caamaño le asegura que sí, que es cierto, diciéndole: “Los derrotamos, nosotros dirigimos el combate”  y el doctor Vélez Santana dice: “¿Y ustedes son quienes están dirigiendo? Esto sí que se jodió” y comenzó a reír jo, jo, jo.  Como teníamos prisa seguimos adelante casi sin despedirnos.  Un poco después de pasar la calle Manuel M. Castillo nos salen desde la derecha cuatro personas, nos paramos y nos pusimos en guardia inmediatamente, apuntándolos con los fusiles, como es muy densa la oscuridad uno de ellos dice: “Francis, es el almirante Lajara Burgos”. Han oído nuestra conversación con el doctor Vélez Santana. El almirante ha estado en la parte baja del Palacio Nacional y en la casa de la avenida Bolívar con Leopoldo Navarro con el presidente Molina Ureña y es un alto funcionario del Gobierno de éste. Caamaño le saluda con aprecio y respeto mientras le dice que tenemos que seguir caminando y le pregunta por el Presidente y éste le dice que el Presidente está refugiado en una embajada, Caamaño le pide que le informe al Presidente del triunfo completo en la batalla del puente y que debe ocuparse de nuevo el Palacio Nacional. Lajara le contestó que está de acuerdo y a la orden de Caamaño. Nos acompañan mientras hablaban por un espacio de unos  cien metros. 

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