martes, 29 de diciembre de 2015

La Masacre de Palma Sola del libro "Caamaño Guerra Civil 1965". Autor Claudio Caamaño Grullón.

Masacre en Palma Sola
A principio de diciembre de 1962 el general Belisario Peguero ordenó  al coronel Caamaño trasladarse a Palma Sola, entrevistarse con el jefe de la secta religiosa que había tomado ese paraje en el Sur de la República y lo estaban convirtiendo en un pueblo con cientos de viviendas y requerirle que viniera a la capital invitado a entrevistarse en el Palacio Nacional con los miembros del Consejo de Estado, presidido por el licenciado Rafael F. Bonnelly, según la orden recibida por el coronel Caamaño de parte del Jefe de la Policía. Se trasladó a Palma Sola el día 12 de diciembre de ese año. Se entrevistó con los mellizos (como llamaban a los hermanos Ventura) y ellos decidieron que viniera con él León Romilio Ventura. Cuando llegaron a la capital llevó primero al invitado a su casa de familia, para comer juntos, se bañara y se pusiera presentable, para entrevistarse con el Gobierno del Consejo de Estado. Caamaño llevó al Palacio de la Policía a León Romilio, lo dejo en el antedespacho y entró a informar al general Peguero que acababa de cumplir su misión y que el invitado estaba en el antedespacho. Belisario le dijo: “Ah sí, pues tranca a ese carajo”. El coronel Caamaño protesto inmediatamente al Jefe de la Policía diciéndole que ese hombre había sido traído como invitado del Consejo de Estado, según la orden recibida y que él había transmitido en Palma Sola. Entonces Belisario se sonrió y le dijo: “¿Y tú te creíste eso? ¿Tú crees que el Gobierno se va a entrevistar con esos asquerosos? A ese lo que hay que hacer es trancarlo”. Como Caamaño volviera a protestar ante el Jefe de la Policía, éste ordenó a otro oficial que encerrara al supuesto invitado.
Este procedimiento del general Peguero le molestó sobremanera y fue el primer disgusto serio que le provocó el Jefe de la Policía. Siendo el coronel Caamaño un hombre recto y veraz; se sintió engañado, y esa fue la primera fisura en la lealtad que le debía a su superior.
Se le ordenó otra vez para que volviera a Palma Sola, ahora en helicóptero, y que llevara a León Romilio Ventura para que éste desde el aire ordenara a los seguidores de Liborio en Palma Sola que abandonaran ese poblado. Caamaño se negó a cumplir la orden porque no se sentía moralmente en condiciones de obligar a un hombre a quien involuntariamente engañó. Entonces se acordó que Ventura sería llevado por otro oficial y Caamaño iría en un segundo helicóptero, a tratar que “por la buena” se disolviera la concentración de visitantes y pobladores de Palma Sola.
Cuando los helicópteros llegaron y perdieron altura con la intención de aterrizar, identificaron a León Romilio Ventura, comenzaron a lanzar piedras y garrotes a los helicópteros y las tripulaciones abortaron los aterrizajes. Se mostraron muy enfurecidos contra los helicópteros y sus ocupantes, incluso contra el mellizo prisionero. Fue un fracaso la misión.
La operación policial que a continuación haría el coronel Francisco Caamaño en Palma Sola se debió a que él era el comandante de las Tropas Antimotines, departamento creado para controlar multitudes en cualquier parte del país. Palma Sola era un poblado cercano a las Matas de Farfán con caminos de varios kilómetros para animales o a pie. Desde que cayó el régimen de Trujillo se había incrementando el culto a Liborio, que había sido un hombre santo asesinado por las tropas de ocupación de Estados Unidos de América al oponérseles durante la primera Ocupación Militar de nuestro país de 1916 a 1924.
En los últimos meses del año 1962 se manifestó con mucha fuerza el culto a Liborio, afectando las labores agrícolas, comerciales y religiosas de San Juan de la Maguana. Los grupos sociales y económicos se manifestaron de manera pública a través del diario El Caribe en contra del liborismo. Ante las presiones, el gobierno colegiado del Consejo de Estado decidió erradicar las actividades de Palma Sola. Para el viernes 28 de diciembre se preparó lo que debía ser un operativo que encabezaría el general Antonio Imbert Barrera, E.N., miembro del Consejo de Estado, quien a última hora fue sustituido por el general de brigada Miguel Rodríguez Reyes, E.N, inspector general de las Fuerzas Armadas. También formaron parte el procurador general de la República, doctor Antonio García Vásquez, el doctor Miguel Tomás Susana, procurador fiscal de San Juan de la Maguana; el comandante militar de la provincia de San Juan, teniente coronel Joaquín Abraham Méndez Lara, E.N, el comandante de las Tropas Antimotines coronel Francisco Caamaño Deñó P.N quien iría acompañado del teniente coronel Manuel Valentín Despradel P.N. y el mayor Rafael Guzmán Acosta P.N; los capitanes Ovalles, Tejada Duvergé  y diferentes tenientes. El total de estas fuerzas superaba los cuatrocientos hombres montados en camiones. El coronel Caamaño me ordenó que los cocineros prepararan desayuno para que todas las tropas que irían a la misión y que desayunaran antes de las cuatro de la madrugada. “Verifica que todos los oficiales del campamentos, excepto los que estén de guardia, se reúnan en el salón de los jurídicos a las 4:00 AM”, me había dicho el Coronel. Ahí les explicó a todos lo que iban y los que se quedaban, la naturaleza y el por qué de la misión, que se iban a reunir en la Fortaleza del Ejército de  San Juan de la Maguana a las 8:00 AM con las autoridades civiles y militares que iban a dirigir el operativo, que bregarían con campesinos indignados con el gobierno, y que iban a destruir el culto a Liborio, que ahí no había ningún ejército, sino campesinos, que el prohibía que se cometiera algún tipo de abusos con esas personas, que la misión era sacarlos de ahí en calidad de detenidos y luego depurarlos para los que fueran responsables de algún tipo de delito, someterlos a la justicia. Que si había otras medidas ya las tomarían la comisión de alto nivel del Gobierno con la que se reunirían en San Juan de la Maguana. Hubo preguntas y orientaciones de Caamaño.
Aunque participé en los preparativos de este operativo policial desde el día anterior, no hice el viaje a Palma Sola. A pesar de mi solicitud para acompañarle, Caamaño se negó y me dijo que se necesitaban oficiales de mayor experiencia que la mía. Cuando le insistí después de la reunión, ya en la calle Las Damas donde esperaban montados en una fila de camiones las clases y alistados policiales, me dijo: “Tú sabes bien lo que está pasando en Palma Sola. Esto ha sido muy mal manejado por las autoridades tanto de aquí como de allá, y ojalá, Dios no lo quiera, esto puede terminar en una terrible tragedia. Hay demasiados prejuicios contra esos campesinos y muchos intereses de por medio”. Cuando volví a insistirle me dijo casi riéndose: “Primo no fuña, y deséenos suerte, salude, de media vuelta y váyase para el campamento que estamos acuartelados”.
El coronel Caamaño salió con las tropas policiales un poco después de las 4:00 AM con el propósito de reunirse con el doctor García Vásquez y el general Rodríguez Reyes en la fortaleza del Ejército de San Juan de la Maguana.
El día transcurrió tranquilo en la Fortaleza Ozama, al atardecer me llamaron los dos oficiales superiores a la oficina de la Comandancia y me informaron que en Palma Sola, las fuerzas policiales habían sido atacadas y que al coronel Caamaño estaba gravemente herido. Sentía que el piso se abría debajo de mí. Me quedé parado en atención sin poder articular una palabra. Me prometieron que cualquier informe nuevo que supieran me lo harían saber y me ordenaron que no dijera nada hasta que no se confirmara el informe.
Esto era muy grande para mí solo, busqué a los tenientes González Pons y Dorian Féliz Viera y al sargento Jesús Núñez Carela, les conté lo que acababa de saber.  De la Jefatura de la Policía mandaron a buscar los dos oficiales superiores, a su regreso reunieron a los oficiales y le informaron a todos que las tropas oficiales habían sido atacadas y que asesinaron al general Rodríguez Reyes y a dos personas más que lo acompañaban, que el coronel Caamaño y el mayor Guzmán Acosta estaban gravemente heridos, que había otros heridos entre ellos el teniente coronel Despradel Brache. Nos informaban el teniente coronel conocido como “La Biblia” y el mayor Camilo Rosa, oficiales superiores que habían llegado en la madrugada para sustituir transitoriamente a Caamaño, Despradel y Guzmán que iban hacia Palma Sola. Ese informe levantó tal revuelo entre los oficiales clases y rasos que quedamos en la Fortaleza Ozama, que el jefe de la Policía, general Peguero, se presentó para impedir que saliéramos hacia San Juan, nos dijo que estaban heridos Caamaño y Guzmán, que ya venían de regreso a Santo Domingo, que Despradel Brache no estaba herido y que no había muerto nadie del personal del Campamento Duarte.
Esa noche me permitieron visitar al coronel Caamaño en una suite del hospital militar “Doctor Enrique Lithgow Ceara”. Le acompañe a la sala de cirugía donde corrigieron las atenciones médicas que le hicieron en el hospital de San Juan, le afeitaron el pelo y le cortaron piel en el cráneo, dieron numerosos puntos de sutura a las heridas de la cabeza, brazos y tórax, se mostraba de buen animo y me dijo que le preocupaba mucho Guzmán Acosta que estaba en cuidados intensivos. Me mostró golpes en diferentes partes del cuerpo. Me indicó que fuera a ver a los demás heridos para que le informara. Guzmán Acosta estaba en cámara de oxígeno porque tenía una herida de bala en el costado izquierdo que le atravesó un pulmón, golpes numerosos y no podía hablar. El teniente coronel Despradel Brache me dijo que había recibido una pedrada en el pecho tan fuerte que el hematoma se le formó en la espalda.
Las tropas policiales no heridas habían regresado en horas de la noche del mismo día veintiocho, indagué sobre lo que había sucedido y me enteré de detalles horripilantes. Contaron que cuando se dieron cuenta que sus jefes habían sido atacados, avanzaron al mando de los capitanes, disparando contra todo con el que se encontraban; hombre, mujeres y niños desarmados, haciendo una carnicería. Encontraron primero al coronel Caamaño y al mayor Guzmán Acosta, Caamaño boca arriba sobre Guzmán sin conocimiento y alrededor de ellos algunos muertos y otros heridos, que eran ahí mismo rematados. Los policías creían que a Caamaño, Despradel y Guzmán los habían asesinados, por eso actuaron así. Al darse cuenta que Caamaño y Guzmán estaban solo heridos ordenaron detener el fuego. Prepararon camillas para sacar a Caamaño, a Guzmán y a cuatro policías. Despradel, aunque estaba golpeado, podía caminar, comenzaron a sacar inmediatamente los heridos, las tropas que quedaron fueron atacadas con palos y piedras por los campesinos que se habían reagrupado, los policías atacaron a los campesinos y comenzaron a incendiar todo el poblado. Los que pudieron se dieron a la fuga a los montes vecinos y los policías se dedicaron a realizar detenciones y a revisar lo que había quedado del poblado. Encontraron que uno de los cadáveres, sucio de ceniza, tierra y sangre, tenía una insignia de general en el cuello de la camisa. El policía que encontró este cadáver llamó a los oficiales para decirle que se trataba de un ¡General de Palma Sola! Los oficiales identificaron en ese cadáver al general Miguel F. Rodríguez Reyes, E.N.

Lo que me dijo Caamaño
Cuando pude estar a solas con Caamaño, le pedí que me contara los hechos. Me dijo que tan pronto llegaron a la fortaleza de San Juan de la Maguana fue a ponerse a las órdenes de la alta comisión del gobierno, formada por el procurador García Vásquez y el general  Rodríguez Reyes E.N. Pero le informaron que habían salido media hora antes, sin escolta. Sabiendo el peligro que podían correr, Caamaño se apresuró a marchar inmediatamente y sin permitir descanso ni ninguna necesidad fisiológica a las tropas policiales que habían venido junto a él desde Santo Domingo en camiones en un viaje de más de tres horas, marchando tras la comisión del gobierno, que no alcanzó, a pesar de lo rápido que hicieron el viaje hasta Las Matas de Farfán, desde donde se seguía a pie a  Palma Sola y a marcha forzada llegaron, sin haberlos alcanzado. Al llegar al perímetro del poblado que estaba formado por más de cien casas, entre terminadas y en construcción, detuvo la tropa y él se adelantó para indagar donde estaban los comisionados del Gobierno. Los pobladores estaban muy ceñudos pero le dijeron que el general se encontraba en la “la casa grande”, que era una edificación mayor que las demás y era el lugar principal de reunión del culto a Liborio. Estaban casi en el centro del poblado, a una distancia de unos 150 metros. Se hizo acompañar por el teniente coronel Despradel Brache, el mayor Guzmán Acosta y cuatro policías, no avanzó con todas las tropas policiales con el propósito de no alarmar ni provocar a los pobladores. Se dirigió hacia la casa grande donde se notaba una aglomeración de personas y se oía  una fuerte vocinglería. Avanzaron unos cuarenta metros mientras las personas, hombres y mujeres lo miraban muy mal. Detrás de una de las casas había oculto un grupo de hombres emboscados que los agredieron sorpresivamente haciéndoles un solo disparo, que es el que alcanza a Guzmán Acosta; simultáneamente les agraden con palos, piedras y otros objetos. A él le arrebataron el fusil que portaba mientras lo tumbaban al suelo a palos y pedradas. Quien le arrebató el fusil quiso dispararle y como no supo hacerlo, le golpea repetidamente con el arma. Con el cargador de la misma, que se abrió y botó las cápsulas, fue que le hicieron las peores heridas en la cabeza y otras partes. Ninguno de los siete usó sus armas en ese momento; fue un ataque sorpresivo. Cae y lo golpean varias personas a la vez con diferentes objetos por todo el cuerpo, está casi ciego por la sangre que se escurría entre los ojos; pudo sacar su pistola que sobó en el cinturón y comenzó a dispararles a las personas que estaban golpeándole, quitándose de encima a casi todos los que le agredían, hiriendo a algunos y matando a otros. Cuando pudo se limpió los ojos con la otra mano y pudo ver que también a Guzmán Acosta que estaba tendido cerca de él, lo estaban moliendo a golpes, disparó sobre los que lo golpeaban y se subió de espaldas sobre el cuerpo de Guzmán Acosta, para darle protección y siguió disparando hasta que perdió el conocimiento.
Cuando me hacía el relato, exclamó con pesar: ¡Primo, por primera vez tuve que matar personas! Quise consolarlo diciendo: “A usted lo estaban matando; eso es legítima defensa”.

El resto de las fuerzas policiales avanzó disparando a todo lo que encontraba hasta llegar donde estaba Caamaño, Guzmán Acosta y dos policías. A Despradel Brache lo encontraron herido lejos de ahí. Caamaño creyó que cuando ellos llegaron al límite del poblado de Palma Sola, Rodríguez Reyes ya estaba muerto o que lo estaban matando y que las voces que oía “como de gallera” era la agresión contra la Comisión de Alto Nivel, que todos menos dos, pudieron evadir el ataque corriendo de sus agresores. La intervención policial en número de cuatrocientos disparando masivamente salvó la vida a él y a los demás.

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