viernes, 25 de octubre de 2013

Nadie cree que ganamos la Batalla. Extraído del libro de Claudio Caamaño "Caamaño Guerra Civil 1965".

Nadie cree que ganamos.
Llegamos al Parque Independencia y lo cruzamos a oscuras y totalmente solitario, hasta la calle Pina esquina Canela, subimos con dificultad, por la total falta de luz a la segunda planta, tocamos y tenemos que insistir llamando para que una persona nos conteste desde detrás de la puerta. Después que nos identificamos y decimos que hemos estado esa mañana allá, Caamaño le dice que quiere hablar con el teniente coronel Hernando Ramírez. Es una mujer la que habla y nos dice que no conoce a Hernando Ramírez. Hay más de una persona detrás de la puerta. Preguntamos si esa es la dirección correcta y si ahí vive don Vinicio Espinal. Nos dicen que sí, pero que no está allí en ese momento. Niega que  Hernando Ramírez  hubiera estado alguna vez en ese apartamento. Caamaño le dio las buenas noches y cuando bajábamos las escaleras nos encontramos con tres jóvenes que están a media escalera y han escuchado la conversación. Nos dicen que a quien estamos buscando está asilado en la Embajada de Colombia. Marte les preguntó incrédulo y ellos responden: “Porque nosotros lo llevamos”. Caamaño, inmediatamente les dice que si eran capaces de llevarle una nota a la embajada donde está asilado. Ya estamos en la calle y no tenemos ni papel ni lápiz, uno de los jóvenes toca a la puerta de una casa en frente y llama a una señora que conocía y le pide lo necesario para escribir y lo trae junto a un foco y Caamaño, apoyándose en la pared mientras le sostenía el foco, escribe una nota a Hernando Ramírez informándole que hemos derrotado completamente a las fuerzas de Wessin en la Batalla del Puente y lo cita para esa misma casa en la mañana temprano. Uno de esos muchachos se presenta como Fernando Pimentel (Vejé) del barrio de San Carlos. Cuando les vemos con la luz del foco parecen de diecisiete  a dieciocho años. Se fueron rápidamente a cumplir la misión y nosotros continuamos caminando por las calles a oscuras, todas las casas están cerradas. No es tarde, son un poco más de las 20:00 horas. Los tres estamos sedientos. Marte propone que lleguemos donde el doctor José Augusto García Fajardo, que había sido oficial médico de la Policía. Tenía su consultorio y domicilio cerca de donde estamos, en la calle Padre Billini, entre las calles Palo Hincado y Espaillat, en la acera sur. No hay nadie en las calles. Tocamos a la puerta de la casa del doctor García Fajardo, al identificarnos, abre y nos recibe junto a su esposa, doña María Johnson de García. Nos ven sorprendidos, sucios, con heridas, laceraciones y la ropa rota, armados de fusiles, pistolas, chalecos de cargadores, cuchillos y granadas. Al preguntarnos qué nos ha pasado, Marte comienza a explicar el combate y el doctor lo interrumpe diciéndonos: ¿Qué necesitan? Caamaño y yo respondimos al mismo tiempo: “agua”, rápidamente agotamos toda el agua fría que había en la nevera y cuando se acabó seguimos tomando agua con hielo. Estamos deshidratados. El médico cura primero las laceraciones de Caamaño, quien tiene más heridas y rasguños. Marte pide permiso para usar el teléfono, llama a su familia y Caamaño le apremia para que llame a oficiales militares comprometidos, que no sabemos nada de ellos.  Se comunica con algunas casas, pero sin poder hablar con ninguno. Yo también hago algunas llamadas, pude hablar con mi tío el mayor retirado Ricardo Caamaño, FAD, a quien le informo que derrotamos a Wessin y que lo que queda de ellos está en desbandada. Le pregunto por otros oficiales conocidos de él, no sabe decir, pues no los ve desde la tarde del día anterior, pero que va a averiguar. Le pido que llame a algunos contactos en San Isidro para averiguar lo que está pasando allá.  Le dimos el teléfono de donde estamos para que nos llame. Caamaño a su vez me indica que llame a otros oficiales, luego de  curado, sin camisa, hace varias llamadas, quiere saber de su esposa y sus hijos, no puede hablar con ellos, pero se comunica con Rafael Sánchez Tejeda, el cual le dijo que su familia está bien, pero que está en otra casa, sin decirle donde, porque cree que a ella la están persiguiendo. Rafael también informa que su casa ha sido allanada por orden del Jefe de la Marina, Rivera Caminero, cuya residencia se veía desde su casa, después que nosotros hemos salido. Caamaño se comunica con algunos de sus hermanos y otros parientes, pero no puede comunicarse con su madre, que no está en su casa.  Doña María limpia sangre, cose roturas y pone botones a la camisa de Caamaño.
Caamaño y yo no tenemos cómo irnos a su casa de la calle Pedro Livio Cedeño y estar temprano en la mañana con Hernando Ramírez, en la calle Pina esquina Canela. Mientras curan a Marte, nos sentamos en una pequeña galería junto a la calle, le digo que podemos dormir en casa de Marte, quien vive cerca, en la calle Salomé Ureña esquina avenida Duarte. Me dice que esperemos que Marte nos invite. Comentamos sorprendidos, el que tantos oficiales comprometidos no estén en sus casas y no acuden a la Batalla del Puente, que era la batalla decisiva, porque enfrentábamos al único grupo militar opuesto a la Constitución de 1963 y al regreso de Juan Bosch, y como todas las casas que hemos visto de la ciudad están cerradas, y con los pocos habitantes que hemos hablado, llenos de temor, con la excepción del doctor Marcelino Vélez y Lajara Burgos, no solo desconocen la victoria total de los constitucionalistas en la Batalla del Puente Duarte, sino que creen que Wessin nos ha derrotado y no nos creen lo que les decíamos.
Como tenemos que vernos al día siguiente temprano con Hernando Ramírez y luego rápidamente ir al Puente Duarte, le insisto: “Vamos a dormir a casa de Marte y Marianela (doña Marianela Báez de Marte), que está cerca”. Caamaño, que es cuidadoso y delicado en su trato social, me dice: “Él no nos ha invitado”.  La señora de la casa se nota preocupada, parece que quiere decirnos algo, ya que ha venido donde nosotros en un par de ocasiones, vuelve  a salir y nos dice que por favor entremos, que en el  frente vive el señor Ángel Severo Cabral Ortiz,  connotado golpista, alto funcionario del depuesto gobierno ilegal de Reid Cabral y no quiere que nos vean a nosotros en su casa. La desinformación es completa. Nosotros tenemos el control militar de todo el país y hemos derrotado de manera aplastante a las fuerzas militares, muy superiores en número, armamentos y maquinarias de guerra que se nos oponían, ahora en fuga y descomposición, pero nadie lo cree. La ciudad está como muerta, todos creen que la infantería, los aviones, buques y tanques nos han derrotado, con excepción de la gente que está en el combate y en áreas cercanas, que en su mayoría permanecen en el área de la batalla. Nosotros somos de los pocos que han salido de esa zona. Para el resto de la ciudad nos han derrotado y temen las represalias que puedan tomar las derrotadas fuerzas golpistas de Wessin.
Mientras me curan le pido a Caamaño que llame a mi tía, su prima hermana Celeste Caamaño Mella que está cerca, en la calle Arzobispo Portes casi esquina calle El Número, donde viví por un tiempo. No contestaron el teléfono, pensé en la menor de  mis tías Margarita Caamaño de Hernández y tío Ramón, luchador por la causa del pueblo, que viven en San Carlos. Me preocupa ir allá porque no tengo el teléfono para llamar y Marte tendría que irse solo.
Como ya casi tenemos que irnos y Marte no nos invita a su casa, decido llamar por teléfono a doña María Burgos de Bidó, que es la madre de Rosa Adelina, somos novios desde 1962, a su casa en la calle Salomé Ureña esquina José Reyes y queda cerca de la casa de Marte en la misma calle. Le explico a doña María Burgos lo que nos está sucediendo y como ella conocía bien a Caamaño, porque yo había ido varias veces con él a visitar a su hija,  me dice con entusiasmo que fuéramos a dormir a su casa y le pido que nos guarde algo de comer. Nos despedimos, dando las gracias al médico y a su esposa y nos devolvemos a la calle Palo Hincado, porque queremos indagar en la Casa Pérez en la esquina de la avenida Independencia, por qué los soldados constitucionalistas que creíamos habían salido hacia el puente, al mando del mayor Núñez Noguera y el capitán Lachapelle Díaz, nunca llegaron a la batalla. Marte toca la puerta mientras Caamaño y yo estamos en guardia en la acera del frente. Tiene que tocar y llamar varias veces, identificándonos. Abren tres personas, entre ellas Héctor Aristy,  a quien Caamaño ni yo conocemos personalmente. Simultáneamente, junto a nosotros, aparecen de la oscuridad,  otras personas y nos informan que esa tarde combatientes constitucionalistas han atacado y tomado a una esquina de distancia en la calle Arzobispo Nouel con calle Espaillat a un camión blindado de los “Cascos Blancos” (tropas antimotines de la Policía Nacional), que habían muerto varios policías y que algunos heridos estaban en el hospital Padre Billini, también habían atacado dos furgonetas de los mismos policías en el Malecón. Las calles están completamente solas y a oscuras, en ese sitio encontramos a las únicas personas. Aristy le dice a Marte Hernández: “Ustedes tienen que esconderse, porque si los cogen los van a fusilar”. Estamos con otras personas en la acera del frente explicándole la victoria de la Batalla del Puente y no nos creen. Marte Hernández nos llama: “Vengan para que escuchen lo que está diciendo Héctor Aristy”. Cruzamos la calle y en la puerta de la escalera que lleva a la azotea de la Casa Pérez, donde está instalada una ametralladora, está Aristy, en compañía de dos militares y nos dice: “Ustedes tienen que buscar donde esconderse o asilarse, porque si los cogen los fusilan. Los oficiales que estaban aquí en la Casa Pérez se fueron a media mañana con casi todos los soldados y en el parque del barrio San Carlos un avión le arrancó una pierna al mayor Nogueras (Mayor Manuel Agustín Núñez Nogueras) y el otro, el capitán Lachapelle (Capitán Héctor Lachapelle Díaz) abandonó a los guardias, entregó sus armas a los tígueres del barrio a cambio de ropa de civil y ahora está escondido en San Carlos, vestido de mujer, para poder asilarse, porque la radio de San Isidro les da horas a todos ustedes, con sus nombres, para que se entreguen, si no los fusilan”. Otros afirmaron eso e insistieron en que nosotros teníamos que escondernos. Héctor Aristy dijo jactanciosamente: “Nos quedaremos los civiles a echar el pleito a falta de los militares”. Caamaño, molesto, le dice: “Nosotros acabamos de derrotar y destrozar a las tropas de Wessin en el Puente”. No le creen y nos dicen que los guardias y los tanques de Wessin entraron a la ciudad, ocuparon toda la parte alta, destruyeron a Radio Televisión Dominicana a la una de la tarde (13:00 horas).  Y los tanques aún se oyen operando hasta en la avenida Mella. No es en la avenida Mella; en el silencio de la noche, sin tránsito de vehículos ni personas, ni equipos de música, ni televisiones encendidos, parece que el movimiento de los tanques de guerra y algunos disparos en la zona del puente se oyen más cerca. Marte les explica que esos tanques que oyen “son nuestros, de unos veinte que entraron destruimos algunos y le capturamos todos los otros”. Todos sin excepción siguen incrédulos de lo que les dice Marte y nos recomiendan nuevamente que nos asilemos mientras podemos, porque Radio San Isidro dice que nos han derrotado y que se nos va a fusilar.
La emisora Radio San Isidro, que comenzó a funcionar el día 26, se origina en la sustracción por el señor Máximo Fiallo, confidente y alcahuete del golpista y genocida Wessin, quien se roba un equipo de transmisión de una estación comercial de radio que transmitía desde el hotel Jaragua y con este equipo instala una estación de radio ilegal en la Base Aérea con el nombre de Radio San Isidro, que transmitía propaganda completamente falsa sobre los triunfos militares del golpista y genocida general Wessin. Cuando fue sacada del aire Radio Televisión Dominicana, la única estación que quedó en Santo Domingo fue Radio San Isidro, -todas las demás no estaban funcionando por el estado de guerra- que pasó toda la tarde transmitiendo la Batalla del Puente y detallando los falsos triunfos militares de las tropas del general golpista y genocida Wessin y el comodoro traidor y genocida Rivera Caminero y la toma y ocupación de la ciudad de Santo Domingo por esas tropas, con el apoyo de tanques.
Me sorprende esa actitud, pero luego me siento molesto por su apego a una mentira creada por noticias totalmente falsas de una estación que ya en estos momentos ni siquiera está transmitiendo y por sus propios miedos y arraigada desconfianza en la grandeza del pueblo dominicano. No hablo con ninguno y le digo a Caamaño, quien también está molesto: “Vámonos, que nos esperan”. Nos vamos sin despedirnos. Mientras Aristy insistía en que debíamos asilarnos mientras podemos,  seguimos por la calle Palo Hincado, doblamos por la calle El Conde y por esa vía a la calle José Reyes, llegando a la esquina Salomé Ureña. No encontramos a nadie más en las calles. La gente estaba despierta, porque era temprano en la noche, 21:00 horas aproximadamente, pero todas las puertas y balcones están cerrados. La desinformación crea un miedo colectivo a las represalias de las fuerzas golpistas y genocidas de Wessin, que las creen victoriosas y no saben ni quieren creer que las hemos destrozado. Llegamos a la casa de la familia Bidó Burgos que como todas tiene las puertas y ventanas cerradas, tocamos, me identifico y Rosa Adelina abre inmediatamente, en la puerta está también su hermano el doctor José Bidó Burgos. Marte Hernández sigue solo hacía su casa, al pasar por la luz que salía por la puerta lo vi con los pantalones “saltacharco” y su fusil en bandolera. Bidó Burgos es médico, y a petición mía, ha acumulado medicamentos desde meses atrás. Saludamos, entramos y vamos directamente a la cocina, donde doña María está preparando un pollo, tomamos más agua. Les explicamos que hemos ganado, son las primeras personas que nos creen. Y a petición mía prepararon el baño para asearnos; a pesar de varios años visitando esa casa, es la primera vez que estoy en ese sitio, donde nos bañamos juntos. Se pone la mesa con bastante comida para nosotros dos y nos quedamos en ella, tomamos café, comemos dulce y comenzamos a narrar a la familia la Batalla del Puente Duarte. El doctor Bidó Burgos había dividido su habitación para instalar su consultorio y al lado tenía una pequeña cama y un armario. Se acordó que Caamaño dormiría en la cama del Doctor y yo en la camilla del consultorio de al lado.
Estamos eufóricos contando los detalles de la batalla. Cuando llegamos a hablar del periodista Luis Reyes Acosta, a quien Rosa Adelina conoce bien, porque ha sido empleada del Listín Diario desde antes de que este diario volviera a ser publicado en agosto de 1963 después de estar cerrado desde 1942. Preocupado, les pido que llame al diario, para saber si Luis ha salido vivo del combate. El teléfono está en el dormitorio principal de la casa donde duerme Rosa Adelina y su madre. Entró para telefonear y se comunica con Luis Reyes Acosta y me llama porque Luis quiere hablar conmigo. Le digo jocosamente que si no le pegaron un par de tiros y me dice que no, que él está bien, pero agregó: “Lo único malo es que mi reportaje que ya tengo listo, no se va a publicar, porque ellos tienen su propio reportaje que redactaron aquí a través de llamadas telefónicas, principalmente desde la Embajada norteamericana, y lo grave es que en él se dice que Wessin nos derrotó”. Me quedo asombrado y solo digo: “¡Cómo!”.  Y  me dice: “Sí, así mismo, que derrotaron a los constitucionalistas, y que Wessin entró y tomó la ciudad, según ellos y la Embajada Norteamericana”. Le pregunto que quienes están en el diario y me dijo que todos los jefes  y los dueños de la Editora y casi todo el personal. Era algo menos de las 22:00 horas.
Caamaño pide permiso para usar el teléfono, Rosa Adelina trae el teléfono a la mesa del comedor y lo conecta cerca. Llama de nuevo a sus familiares y pide permiso para dar ese número de teléfono a alguno de sus hermanos. Pudo comunicarse con su madre, con la cual habló brevemente y se indigna mucho cuando ésta le informa que le habían avisado que la iban a hacer presa y él le aconsejó que se cuidara, yéndose donde otros parientes. Ayudándonos de la guía telefónica, llamó a la Embajada de Colombia preguntando por el teniente coronel Hernando Ramírez y en otros sitios que le indicaban, sin lograrlo. Tampoco pudo comunicarse con el Presidente Provisional Molina Ureña, ni con otras personas ligadas al gobierno. Pidió permiso para dar el número de teléfono a otras personas. Cuando él terminó de hacer sus llamadas, le informé lo que estaba pasando en el Listín Diario y de inmediato decidió que fuéramos al periódico, llamo otra vez a Reyes Acosta y le informo que en cinco minutos estaríamos el coronel Caamaño y yo allá. Era cerca, el Listín Diario estaba en la calle 19 de Marzo, entre la calle Luperón y la calle Salomé Ureña.


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