Doña Renée pasó por el poder revestida de dignidad y modestia
Por JUAN BOLIVAR DÍAZ
juanbolivardiaz[@]gmail.com
Corrían los primeros meses del Gobierno
de Antonio Guzmán Fernández cuando un lunes temprano, al llegar a mi oficina en
la dirección de El Sol, recibí una llamada de la primera dama doña Renée Klang.
Sospeché que quería hablarme sobre el comentario que encabezaba la columna
“Cosquillitas”, la más leída del espléndido momento por el que atravesaba el
diario que había encarnado la lucha por la transición democrática en 1978. Se
decía que la esposa del presidente había repartido dinero en un acto público
celebrado el día anterior en San Francisco de Macorís, y se preguntaba si ella
repetiría la degradante y sistemática práctica de doña Enma Balaguer.
Eramos coherentes al formular la
denuncia, ya que lo habíamos hecho sistemáticamente cuando la repartidora era
la hermana del presidente Balaguer, sobre todo en la campaña electoral de ese
año. Me sorprendió que, con su habitual amabilidad, doña Renée me preguntara si
teníamos prueba de que ella repartió dinero. Le dije que había dado crédito al
reportero y al fotógrafo que cubrieron el acto, pero como ella insistió en
saber si teníamos prueba le prometí que conversaría con los reporteros y le
volvería a llamar.
Ambos eran periodistas de experiencia. Y
reiteraron que la vieron repartir, por lo que pregunté por la fotografía. La
respuesta: “la verdad es que levanté la cámara para tomar la foto, pero como
estaba tan cerca la sonrisa y la mirada de doña Renée me congelaron. Sentí que
ella, sorprendida de su propia acción, me imploraba un chance”. Entendí
entonces el empeño de la primera dama en preguntarme si teníamos prueba del
reparto, y al llamarla de nuevo le informé, no sin cierta sorna, que
efectivamente no teníamos prueba, ya que el fotógrafo fue disuadido por su
sonrisa y no tomó la foto, Y quedamos amigos para siempre. Ella sabía que esa
práctica no sintonizaba con su dignidad y jamás volvió a repartir dinero en
actos públicos durante sus cuatro años en el Gobierno.
No tendría la misma suerte con el
presidente Guzmán, quien pronto comenzó a disgustarse con nuestro periodismo
contestatario, inducido por los tradicionales anillos palaciegos que creían que
las coincidencias en el tránsito democrático implicaban compromiso partidista o
personal. Por ejemplo, nunca entendieron que el periódico denunciara los
aprestos reeleccionistas y compras de conciencias iniciadas por algunos en
contradicción con el planteamiento enarbolado durante décadas por el Partido
Revolucionario Dominicano. Antonio Guzmán se negó a asistir a la inauguración
de El Nuevo Diario que casi todos los periodistas de El Sol fundamos en 1981.
Doña Renée nunca tuvo confrontaciones y
pasó por el poder revestida de dignidad y modestia. Fundó el Consejo Nacional
para la Niñez, y tras salir del Gobierno siguió prestando su concurso a la
protección de los niños y niñas desvalidas, sin utilizarlos políticamente.
Guzmán fue víctima de los que siempre
trafican vendiendo la convicción de que el presidente es insustituible, o que
el poder es para usarlo, que no se cede, que es para siempre. Creerles fue su
mayor error político y personal, porque la mayoría perredeísta sostuvo la no
reelección y él terminó tan frustrado que no pasó la descompresión del poder y
prefirió poner fin a su vida.
Esta mujer, mezcla de francés y
brasileña, nacida en Venezuela y dominicanizada desde los 15 años, afrontó el
trágico drama con la serenidad y la dignidad que le caracterizó. Ni don Antonio
ni ella lo merecían. Él hubiese podido volver en circunstancias más propicias.
Tendría para siempre el mérito de haber iniciado con valor y firmeza la
transición de la nación a la democracia, en un período de precariedades, cuando
se iniciaba la “década perdida de América Latina”. Por eso, por su honradez
personal en el manejo de los recursos del Estado, por su equilibrio y
sencillez, el pueblo lo recuerda con gratitud.
Ella ya había pasado por otra tragedia
cuando en 1970 un accidente automovilístico le arrancó a su único hijo varón.
Pero nunca renegó ni perdió sus esencias de mujer sensible, discreta,
inteligente y sencilla, todo lo cual la revestía de una dulce majestuosidad.
Ahora que se han apagado las últimas luces de una hermosa vida de 97 años,
debemos rendir tributo a esta dignidad hecha mujer.
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